
Una carretera de tierra conduce hacia el cementerio del pueblo donde el gamelote y otras hierbas han consumido las numerosas tumbas que se encuentran desde hace años en el camposanto.
Enterrados bajo la maleza se encuentran los restos de los que una vez habitaron el pueblo mirandino que se encuentra entre las montañas. Las cruces se pueden observar con mucha dificultad y los epitafios son casi imposibles de leer.
La capilla fúnebre recibe a los visitantes en la entrada; se encuentra arreglada y en óptimas condiciones para que se realicen los funerales y el velatorio de los cuerpos.
No se puede decir lo mismo del muro trasero del cementerio que se vino abajo arrastrando varias de las tumbas que están pegadas a él. “Eso tiene tiempo así, lo único bonito y que arreglaron fue la capilla de la entrada, esa pared cada día cede más y nadie ha hecho el intento de repararla”, aseguró uno de los vecinos que habita cerca del cementerio.gf
Ronald Gil – [email protected] / @thedaniels21