Una sociedad muy pobre

Quien lea el título de este artículo puede pensar que voy a escribir sobre la pobreza de la persona a la que le falta lo mínimo indispensable para subsistir. Pero no. Me referiré a una noticia que me ha congelado el alma, aunque ya sabemos que el alma no se puede congelar porque es espiritual.

Pero es una manera de manifestar lo estupefacto que me quedé ante una noticia que me llegó por Internet. En Bélgica han extendido la posibilidad de autoaplicarse la eutanasia a los adolescentes. ¿Cómo les parece? O sea, que un muchacho o una muchacha sin ideales, abandonados por sus padres, quizá enfermos, o simplemente con una depre inaguantable, –muy corriente en esta edad– pueden desde ahora inyectarse, con aprobación del Estado, una sustancia tóxica que acabe con su vida.

¡Qué contradicción! Por una parte el Papa Francisco en Brasil alentando a los jóvenes a entusiasmarse por la vida y los belgas dándoles el arma mortal para acabar con ella. Así estamos como estamos. A esa pobreza de ideales me voy a referir. Nos quejamos de que no hay principios, o que están en crisis, lo cual es verdad, pero asumamos el problema, porque es nuestro.

Los muchachos harán lo que nos vean hacer a nosotros. Hacen falta vidas y las estamos destruyendo legalmente. Este mundo nuestro estará en manos de la juventud. ¿Los estamos preparando para administrar el futuro? ¿Qué estamos haciendo? Me dirijo ahora a los profesores universitarios y a los padres de familia.

¿Por qué no se enseñan valores en la universidad? Sencillamente porque los profesores no los vivimos, o nos parece que aquello no es importante o que ya hay otros que se ocupen de ello. Nada más falso. Porque motivos para vivir y trabajar –así entiendo yo el ideal– hay montones. Sacar adelante la parcela de la sociedad que nos toca. Formarnos bien. Combatir el error. Hablar claro. No tener vergüenza de no hacer lo que hace todo el mundo. Tener la valentía de ir contracorriente.

Los profesores universitarios nos hemos conformado con enseñar a saber pero no hemos enseñado a vivir. Por un mal entendido concepto de libertad pensamos que los muchachos son libres de hacer con su vida lo que les da la gana. Pero es un error concebir esa libertad como algo absoluto, como un derecho, desligado del bien y de la verdad.

La libertad no es un valor en sí misma si no me lleva a conseguir bienes ulteriores y plenificantes. Nadie se siente coartado porque no le dejen correr a la velocidad que le dé la gana por una autopista. Nadie siente coartada su libertad por no poder organizar una fiesta en su apartamento que le impida dormir a todos los vecinos. Las autoridades van enseguida en persecución del asesino, del ladrón, del extorsionador. Y nadie se queja. Nos quejamos más bien de la impunidad que campea por sus fueros sin que hagan nada los que tienen el deber de velar por el bien común de la sociedad.

Vamos por el camino equivocado. Si pensamos que toca a otros resolver los problemas de quienes no tienen ideales. La cátedra universitaria no es sólo para enseñar a ganar y a producir, sino sobre todo para enseñar a vivir. Y no con teorías, sino con nuestro ejemplo. Todas estas corrientes «antivida» que proliferan en Europa llegarán a nosotros de un momento a otro. Hay que prepararse. Hay que hablar por todos los medios que tengamos a mano, que no son pocos, y «nosotros» somos muchos.

Oswaldo Pulgar Pérez

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