Elogio de la tolerancia

Antonio Sánchez García

Benditos sean aquellos que pueden disfrutar de los bienes de la tolerancia. Pues, ¿qué es más indigno y repudiable que la intolerancia?

Pueden ser embajadores de un régimen intolerante, que hace de la intolerancia Política de Estado, que persigue a decenas de miles de trabajadores echándolos a la calle, a la desesperación y al hambre, que encarcela y asesina a todo aquel que pretenda alzarle la mano, pero ellos han sido provistos por el Altísimo Creador de la inagotable capacidad de la tolerancia. De modo que el haber sido embajadores de la intolerancia no les ha conmovido en lo más mínimo: siguen enarbolando la bandera de la tolerancia. Bendito sean los tolerantes, pues de ellos será el reino de los cielos.

Tan benditos están, que las pasantías por los infiernos no les ha deformando el semblante: sonríen con la sempiterna felicidad de ser tolerantes, de poder departir con el asesino y la víctima, el represor y el transgresor – ¡incluso compartiendo con ambos por igual! – sirviendo de árbitro ante las intolerancia de los ofendidos y regañando a quienes reclaman ante los gestos de bonhomía que pretenden pasar a los intolerantes por tolerantes. Dándoles certificados de buena conducta navideña. Finalmente, el tirano lleva el nombre del más bondadoso de los ancianos: Nicolás.

Bendecidos sean los que no encuentran las puertas cerradas. Los que no son expulsados a diario del reino omnipotente de la Intolerancia. Los que pueden vestir las camisetas de ambos bandos, pues un tolerante es ubicuo, omnipresente, traslúcido y gentil. Ayer fue embajador de la Intolerancia. Mañana podría serlo de la Intolerancia. Un don de familia.

Malditos sean los intolerantes. Aquellos que aún no curan sus heridas, pues el tolerante que se las infligió tuvo a buen recaudo que llegaran al hueso, fracturaran el alma, le quebraran la voluntad. Ese es el verdadero enemigo: el intolerante. El que obnubilado por sus principios morales no acepta hacerle carantoñas al repartidor de regalos, se ha auto condenado a vivir de un solo lado, cerró un trato con Dios y no acepta sobarle el lomo al demonio.

¡Ay, malaya estos tiempos de intolerancia! Perdónanos Señor por no ser capaces de entender a los tolerantes, castiga nuestra intolerancia, prívanos de la voluntad de ver lo torcido como torcido y lo recto como recto. Puede que así, algún día no muy lejano, seamos candidatos a una embajada.

Salir de la versión móvil