Un muro, 25 años e incontables historias

Cumplir 25 años de edad, los mismos que cumplen la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, no es algo que pasa desapercibido, al menos no para mí. Invito a reflexionar en torno al hecho de que 1989 se erige, en la historia contemporánea, como un hito dentro de la ilusión de que el tiempo es lineal.

El tiempo del hombre es parte del tiempo de la naturaleza. La naturaleza se rige por procesos cíclicos, repeticiones, flujos y reflujos… los permanentes cambios son meras transiciones entre un ciclo que muere y otro que nace. El devenir histórico de los hombres no escapa a esta recurrencia.

Los actuales amos del mundo se han encargado, durante siglos, de hacer creer a las masas que la historia avanza hacia un fin elevado, según el ideal de progreso. No resulta extraño, entonces, que, en este nuevo aniversario de la caída de aquel muro infame, la gente se mortifique cuestionando al mundo y preguntándose si realmente la “humanidad” ha “mejorado”.

La gran desgracia del hombre, en concreto, emana no de la naturaleza trágica de la vida, sino de su negación. La negación de la tragedia (noción fundamental, que es resultado de la íntima comprensión del eterno retorno), su tergiversación bajo la figura del drama, representa una negación del devenir, una negación de la circularidad del proceso vital y, en última instancia, una negación de la naturaleza.

Con el paso del tiempo, el hombre alejado de la tragedia -ese hombre que se entrega a la negación- se olvida irremediablemente de las conexiones cíclicas que unen, en lo profundo, a cualquiera de las grandes dicotomías (dualidades): placer-dolor, caos-orden, pasión-razón, muerte-vida, oscuridad-luz, goce-sufrimiento, esplendor-decadencia, etc. De esta forma, ese hombre vilmente engañado, que reniega del mundo lo esencial, choca una y otra vez con su propio devenir, que siempre le resulta ajeno a sus expectativas y que le produce frustración.

El caldo de cultivo para dicha ilusión de linealidad es el resentimiento. Los débiles, resentidos de su condición, adoran toda charlatanería que les prometa un futuro de redención; toda historia que camine, de forma progresiva y ascendente, hacia una estancia de bienestar ulterior. Hoy en día la cultura está dominada por los resentidos, los débiles, los esclavos. La dialéctica había venido conquistando la mentalidad de las grandes masas sumisas, y ahora nadamos en las aguas de una cultura no sólo nihilista sino decadente.

El problema no es la irresoluble tragedia de la condición humana, el problema es habernos dejado dominar por la mentalidad de los débiles, que no soporta lo trágico. Si continuamos negando la íntima esencia cíclica del mundo, jamás podremos acceder a la sabiduría del ascenso y el descenso como elementos integrales de la vida. Quizá la misma ignorancia del eterno retorno sea parte de un descenso. Quizá lo cierto es que también el hecho de retomar consciencia de la tragedia sea parte de un nuevo ascenso que se aproxima, ¡de una nueva aurora!

Olvídate, lector, de tu frustración al ver que, años después del fin de la Guerra Fría, el hombre no “mejora”. Seguramente tampoco “empeora”. El progreso es una ilusión venenosa; el hombre tiene que aceptarse para poder superarse.

Perdonemos a la historia, abracemos nuestra tragedia, luchemos por Libertad -vida tras muerte, éxito tras fracaso- y volvamos a empezar cada vez. La Venezuela Futura tiene que ser gestada de tal manera que, si después de la muerte podemos reencarnar y escoger de nuevo, escojamos siempre la misma gesta.

Por @DavidGuenni de @VFutura

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