La cueva encantada del último rey indígena de los Altos Mirandinos

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Sin importar cual sea la versión que se obtenga de la vida de Guaicaipuro, todas convergen al señalar que el jefe indio utilizó una caverna para esconder un cargamento de oro que era buscado por los conquistadores

La lluvia de aquella noche de agosto de 1567 no ahogó el sonido de la batalla. A los pies del “Peñón de San Corniel”, a pocos metros de la entrada a la cueva en la que descansaba el Cacique Guaicaipuro, Francisco Infante y Sancho del Villar masacraban a los veintidós flecheros que protegían a su jefe.

Tras una resistencia heroica por parte de los indígenas, quienes se negaban a perder el territorio heredado por sus ancestros, finalmente esa fatídica noche el capital Diego de Lozada logró su objetivo: asesinar a Guaicaipuro. Finalizaba el enfrentamiento que duró siete años y se iniciaba una leyenda, la del inmortal cacique que sacrificó su vida por defender su tierra.

Han pasado 447 años y lo que era una pequeña comarca habitada por menos de 50 familias indígenas es hoy una ciudad con más de 200 mil habitantes. Aún así la cueva en la que se refugió Guaicaipuro sigue intacta, protegida por lo que muchos aseguran es un “encanto” que impide la revelación de sus secretos.

El tesoro del último rey

Pocos se han atrevido a explorar la caverna. Se trata de una cavidad de tres metros de ancho y cinco de alto ubicada en la base del “Peñón de San Corniel”. Aunque hay quienes reseñan que una vez dentro el camino se estrecha y se encorva en forma de hoz, dirigiéndose hacia la izquierda hasta terminar en una hendidura, los habitantes de la zona aseguran que es tan profunda que se comunica con los Valles de Aragua.

Una de las leyendas asegura que el cacique construyó la cueva para esconder de los españoles un tesoro. “Guaicaipuro excavó, con la ayuda de otros indios, una cueva tan profunda que llega a La Victoria. Allí escondió gran cantidad de oro”, narra Silvestre Santaella, habitante del sector Guareguare.

“Una vez los españoles, persiguiéndolo, tomaron como rehén a su hija y amenazaron con matarla si no revelaba el paradero de su padre. La muchacha, atemorizada, dijo dónde se escondía el cacique. Su padre la mató por haber revelado su paradero. El oro, sin embargo, no puede sacarse de la cueva”, aclara Santaella, agregando que hace 10 años un hombre intentó sacar el tesoro de la cueva pero esta se oscureció totalmente. “Oyó una voz -sin ver a nadie- que le advertía que devolviera el oro. Solo cuando lo hizo regresó la claridad y pudo hallar la salida”.

Pero hay otra historia más arraigada en el saber popular de la región que indica, tal como nos lo narró Raimundo Camacaro, que el jefe indio asesinó a su hija con un hacha para impedir que se casara con un español. “Por eso es que en la plaza que le rinde tributo en Los Teques se observa una estatua en la que se le ve de pie empuñando un hacha y a sus pies el cuerpo sin vida de su hija”.

Sin importar cual sea la versión que se obtenga de la vida de Guaicaipuro, todas convergen al señalar que el jefe indio utilizó la cavidad que se encuentra en el referido cerro para esconder un tesoro que era buscado por los conquistadores.

“El jefe indio tapó la mina para que los españoles no la encontraran. Mató a su hija para que no la agarraran los extranjeros y éstos lo mataron por no entregarles el oro”, resume Camacaro, quien no duda en asegurar que Guaicaipuro era el rey de los indios, el mayor. “Fue el último rey, después de su muerte ya no hubo más reyes indígenas”.

La cueva prohibida

La leyenda asegura que el “encanto o maldición” hace que animales como tigres, abejas y culebras resguarden desde hace 400 años el sitio, haciéndolo muy peligroso para quienes pretendan entrar allí.

Estas fueron las historias que alentaron a William Sambrano en septiembre de 1999 a entrar a la cueva en compañía de dos amigos, a investigar que tan real era la leyenda del tesoro. “Llegamos al lugar cerca de las 9:00 am. No había un sendero para seguir, caminamos entre una maleza que nos cubría completamente, en un terreno empinado… frente a nosotros, como una inmensa catedral, emergía de entre los árboles el famoso Peñón de San Corniel, el cual sirve de techo a la cueva”.

En su interior -asegura el joven- pudieron ver tallados sobre las piedras jeroglíficos que aparentemente fueron hechos por los aborígenes. “Recuerdo que tras caminar unos cinco minutos por arte de magia dejaron de funcionar simultáneamente las tres linternas, seguidamente una brisa helada, proveniente del interior de la cueva nos envolvió; nadie dijo nada, simplemente dimos la vuelta y comenzamos a caminar buscando la salida”.

–Al salir de la gruta nos percatamos de algo que nos dejó congelados: habíamos estado -según nuestros relojes- cerca de seis horas allí adentro, para nosotros no habían sido más de 45 minutos.

En un hecho más reciente ocurrido a finales de 2006, un grupo de jóvenes que pretendían entrar a la gruta fueron atacados por un enjambre de abejas. “Eso fue una tarde, recuerdo lo gritos y el desespero de las maestras que acompañaban al grupo… ellos narraron que muy cerca de la cueva los envolvió una brisa fría, seguidamente un silencio profundo invadió el lugar el cual fue roto abruptamente por el zumbido de las alas de miles de abejas que los atacaron”, recordó Cleo Sambrano, vecina de San Corniel.

El suceso fue de tal magnitud que efectivos del Cuerpo de Bomberos del estado Miranda se desplazaron hasta el lugar del evento para rescatar a un grupo de chicos que había quedado atrapado. “Eso ocurrió porque no pidieron permiso al Indio para entrar a su cueva, seguramente -como es natural en los muchachos- iban haciendo ruido y burlándose”, agregó.

Otra de las historias recientes ocurridas en la zona destaca la de dos muchachos que aseguran haber escuchado un rugido en el momento justo cuando se disponían a entrar. “Estábamos probando las linternas cuando escuchamos ese espantoso sonido, aún hoy no sé como describirlo; podría jurar que se trató del rugido de un tigre pero en esa zona no hay de estos animales… quedamos tan impactados que echamos a correr sin voltear”, narró Carlos Mujica.

Para los habitantes de la tierra del “último rey indígena” no hay duda: la cueva que sirvió de refugio al cacique está encantada. “La naturaleza se ha encargado de proteger el mayor secreto de los Altos Mirandinos: el tesoro de Guaicaipuro”.gf

Daniel Murolo – dmurolo@diariolaregion.net / @dmurolo

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