Guyana: nuestro vecino desconocido

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Guyana: nuestro vecino desconocido

El primer encuentro con los guyaneses puede llegar a agobiarte. Tomamos el bus hasta el centro de Georgetown – Que realmente es una vans, porque en estos países ex colonias británicas en América no es común el uso del autobús – La puerta es abierta abruptamente por el recolector, y con señas te indican que debes bajar rápidamente.

Estamos frente al mercado Stabroek, el mercado municipal – Lo sé porque recuerdo haber visto la estructura en una foto en internet – El lugar aparece como recomendado para visitar, aunque cientos de turistas indican que es peligroso pues está minado de rateros.

Este sitio debe ser el más vivo y bullicioso de todo el país: desde verduleros que ofrecen su mercancía y gritan precios, hasta los colectores de buses repitiendo insistentemente la ruta de cada unidad ¿A quién se le ocurriría combinar un mercado de verduras con la terminal de buses? A alguien que le guste el caos de las multitudes, definitivamente…

 

Guyana: nuestro vecino desconocido

MOMENTO DE UN SELFIE

En medio de buses, gente, mendigos y verduras, yo saco mi celular y comienzo a fotografiar. Ante la mirada incrédula de otros venezolanos yo me concentro en tomarme el selfie respectivo con el mercado de fondo “Si no lo hago no soy un mochilero” les comento a mis compatriotas. Luego vino el reproche: ¡Estás loco! ¡Te van a arrancar el celular! ¡Esto es peligrosísimo! Son algunos de los comentarios de otros venezolanos que transitan por el lugar. Yo les comprendo, más no comparto su opinión, pues ya me conozco este tipo de alborotos en otros países caribeños y sé que aunque parezcan invasivos, los locales tienden a respetar al turista.

CATEDRAL ANGLICANA

Caminamos en sentido contrario al mercado, buscando alejarnos del tumulto y el bullicio. La siguiente parada debe ser la catedral anglicana de St. George, una estructura que data de 1888, construida completamente en madera, y que alcanza los 40 metros de alto.

No fue difícil ubicarla – Parece que aquí todo queda cerca- Tras saltar algunas cunetas llenas de aguas negras, y esquivar uno que otro indigente, hemos llegado a la catedral. A decir verdad no está tan cuidada como se ve en algunas fotos de la web, pero el sitio impresiona. Su color blanco resplandece con el reflejo del sol fuerte de la ciudad; nuevamente saco la cámara, esta vez con el tubo para selfie.

Guyana: nuestro vecino desconocido

MONCHIS GUYANÉS

En la jerga de habla hispana, un monchis es ese momento de antojo en el que queremos picar o comer algo. Cuando matamos el antojo se dice que hemos matado el monchis… En Guyana yo estaba dispuesto a probarlo todo, pues su cocina está ampliamente influenciada por la cultura de la India.

Tras la abolición de la esclavitud, ya los británicos no podían trasladar esclavos africanos a estas tierras, por lo que comenzó a ofrecerse trabajo a las clases más humildes de la India, los cuales se vinieron en manadas. Actualmente en Guyana hay 2 grandes clases: el afro-guyanés y los indo-guyaneses. Estos últimos han impactado en la gastronomía local, con sus curry, los picantes, las especias, y el uso del mango.

La comida es barata, porque están casi tan devaluados como nosotros los venezolanos. Un dólar americano son 200 dólares guyaneses – El mismo cambio que el bolívar a tasa SIMADI- Y con 200$ guyaneses se puede matar un monchis.

Mi primer bocado es el mango aliñado; muy parecido a nuestro mango adobao – En algún momento tenía que haber una similitud con nuestros vecinos, más aún cuando ellos tienen pasado común con los trinitarios, quienes a su vez llegaron a Venezuela en alguna época – Pero el mango aliñado guyanés lleva sal gruesa, y un picante en polvo que con su color rojo indica que pica bastante ¡Es delicioso! Exclamo mientras ofrezco a otros venezolanos, pero estos pasan de mi ofrecimiento, argumentando que no saben con que agua lavaron esa fruta.

No he caminado 2 cuadras y me paro nuevamente, esta vez en un puesto de frituras. Observo todo, pero no entiendo nada. Pregunto qué son, y me responden el precio; insisto en mi pregunta y me contestan “Eggball” (bola de huevo). No entiendo mucho, pero mejor es experimentar que seguir preguntando. Pago mis 100$ guyaneses y me entregan el plato; pero justo antes de ponerlo en mi mano, lo abren y le lanzan una cucharada de picante.

A los pocos segundos de dar el primer mordisco ya se me sale las lágrimas, y siento que tengo el labio dormido ¡Esto es picantísimo! Exclamo mientras intento mitigar el ardor de la lengua a punta de sorbos de CocaCola Zero. A partir de aquí empiezo a preguntar qué tan picante es cada cosa.

Cada tantas cuadras me paro a comprar un coco frío. El agua de coco es lo mejor para apaciguar el calor, y tiende a ser más barato que el agua mineral. En una esquina visualizo un puestico cuyo nombre traduce “delicias guyanesas”; se trata de una tienda de dulces típicos. Aquí pruebo el Fudge, una especie de turrón elaborado con leche, azúcar, nuez moscada, pasas y frutos secos ¡Sabroso!

HORA DEL ALMUERZO

Encontrar donde almorzar no fue tarea fácil. Mis compañeros no quieren aventurarse con la comida, mientras yo no dejo de pensar en aquella frase de Carlo Goldoni “El que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios”. Aunque reconozco que yo soy mañoso para comer, cuando viajo me olvido de eso y como de todo.

Los lugares de comida rápida eran una apuesta segura. En estas colonias ex británicas tienen una obsesión por el pollo frito. Franquicias como KFC o Church´s Chicken desplazan por completo a Mc Donalds en estas tierras; sin embargo, en estos locales tienden a no aceptar tarjetas de crédito, y si aceptan solo pasan tarjetas de bancos nacionales. Tras mucho buscar conseguimos una cadena que ofrece pollo a la broaster donde podíamos usar nuestras (no bien vistas) tarjetas venezolanas.

Me gustó haber cruzado el río y entrar al apartamento del vecino, a ese país que tenemos al lado pero le desconocemos por completo.

Gabriel Balbás / Mochilero Goumet

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