Ni la historia sirve

Desde que el chavismo llegó al poder la historia se convirtió en un fetiche. Encabezados por el difunto, y como ya hicieran sus colegas caudillos, Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez, formó un culto morboso en torno a episodios del pasado, trastocados y sacados de contexto para adecuarlos a los intereses particulares del gobierno de mostrarse más nacionalistas que la bandera. Por doce años el difunto realizó su versión propia de Cincuenta sombras de Grey con manuscritos de Bolívar tomados de las colecciones de la nación para ser manoseados, extraviados, así como encabezar la exhumación de los restos del Libertador para luego mostrar su versión del rostro del padre de la patria, eso sí, resultando que, según el difunto y sus delirios, Bolívar era una mezcla entre Kramer de la serie Seinfeld y un antepasado homínido del homo sapiens.

Desde la llegada al poder por allá por 1999 todo lugar histórico se ha utilizado para hacer proselitismo político, para convertirlo en parte de la propaganda de la revolución burda y mediocre. La historia se restaura como se arregla al país, es decir, no se hace nada. Todo se tiñe de rojo y se piensa que se restituye el pasado y solo se disimula con mucha cháchara pero sin esencia. El Centro de Caracas, por poner un ejemplo, es una pantomima de nuestra historia. Recorrer Caracas es darse cuenta que carecemos de museos en los que se proteja nuestro pasado. Hace un par de sábados me di a la tarea de buscar museos históricos en el Centro y la respuesta fue la obvia, no hay museos para visitar, y los que existen son caricaturas de la realidad y de nuestro pasado. El panteón cerrado mientras se grababa un “documental” y restauraban lo que han restaurado, supuestamente, por meses. La mayoría de lugares de interés cerrados y manipulados con la ligereza que los caracteriza. Acá restaurar es frisar, pintar con pintura de caucho, cambiar piezas originales en ventanas y pisos por algunos nuevos sin respetar estilos ni la propia historia. Acá en Los Teques hemos visto ejemplos, no olvidemos la restauración del hotel la Casona, un chiste burdo: pintura, piedra y propaganda rotulada en la fachada. En menor escala, emulando la restauración del hotel León Dorado en la Avenida Universidad. Fachada y como la revolución, sin nada en el interior.

Siempre que veo una restauración venezolana moderna, no puedo dejar de pensar en Teruel en Aragón, España, con su estilo de arte mudéjar (estilo desarrollado en la península Ibérica que se desarrolló por siglos mezclando estilo cristiano con el musulmán) por el que ha sido reconocido por la Unesco como patrimonio de la humanidad. Cada restauración a sus edificaciones, la mayoría de los siglos XII y XVI, siempre trae la polémica del cuidado que se debe dar para no alterar, en demasía, ningún detalle. Las piedras utilizadas salen de las mismas canteras, así como los especialistas usan herramientas similares a las que utilizaron quienes edificaron dichos monumentos. No se usa, salvo en extremo caso, ningún elemento moderno. Aun así, se cuestiona si el proceso tiene la debida calidad… ¡Dios nos agarre confesados! Imagino que si vieran al oficialismo restaurando, los historiadores, artistas, antropólogos y demás especialistas de Teruel, caerían como Condorito.

Claro ejemplo de desidia podemos apreciar al visitar la, en otrora, Casa de Bellard, en la actualidad conocida como La casa Teresa de la Parra, la cual es nombrada en guías improvisadas como un lugar a visitar en la capital del país. La casa Teresa de la Parra no tiene relación alguna con la autora de Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca, lleva el nombre de la afamada escritora como homenaje póstumo hecho por la Biblioteca Nacional, allí, en la actualidad, enmarcada por la belleza de un rincón lleno de historia, ahora funciona una oficina del Ministerio de Relaciones Interiores y Justicia, responsable de custodiar el Panteón, el Mausoleo y las áreas recuperadas en el Foro Libertador. La vivienda fue construida en el siglo XIX, en los terrenos del cementerio de la iglesia de la Santísima Trinidad, y al principio funcionó como casa y consultorio de Eugenio Pignat de Bellard, médico cirujano muy apreciado en su tiempo, por lo que también se le conoce como Casa de Bellard. Sin embargo cuando se pregunta por el acceso a la vivienda, este es negado ya que sencillamente solo es eso, otra oficina de la administración pública en la que se pierde en desuso un bien patrimonial de la nación, pues adentro no hay nada. Otro fiasco monumental es la escuela donde Simón Rodríguez ejerció con su título de maestro a partir de 1791 y donde, desde 1793, fue educado el niño Simón Bolívar, conocida para todos como la Casa de Las Primeras Letras, ubicada en el Bulevar Panteón, de Veroes a Jesuítas. Aunque vistosa, la casa no contiene nada de histórico. Refacciones de calidad dudosa sin respetar la historia y nada original, ni un cuadro o una vestimenta de las expuestas, a excepción de algunas piezas encontradas durante la “restauración” (nada más lejano a este concepto). Todo es parte de un burdo adoctrinamiento en el que se pone en el mismo renglón a Hugo Chávez y Beltrán Prieto Figueroa ¡susto! La verdad es que nuestro patrimonio histórico se perdió entre pintura de caucho, frisos y rotulaciones aceleradas.

Es triste vivir escuchando de nuestra historia y respetarla tan poco. Es triste que se mofen y se alimente la ignorancia volviéndonos eunucos de pasado con sus restauraciones mediocres y sus libros, no de historia, sino de adoctrinamiento político. ¿Hasta cuándo?

Yo esperaré ansioso la ya prometida restauración de Villa Teola por parte del Metro de Los Teques. Si la restauran como al Hotel La Casona, bajemos la Santamaría y mejor vayamos a ver El precio de la historia, porque acá ya estamos en Pionyang, Norcorea, con sus cascarones arreglados en su fachada y llenos de miseria en su interior.

 Fernando Pinilla

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