Malos ejemplos y más

Venezuela adolece de muchas cosas en la actualidad, y eso es más que obvio. El problema no radica únicamente en que nuestro presidente multiplique penes, cultive pollos, o avale que se siembre acetaminofen como salida a la crisis de la medicina causada por el imperialismo. No es culpa que los representantes oficialistas carezcan de la formación mínima para dirigir la riendas de un país (aunque la fulana precandidata al parlamento por el PSUV y cultivadora de acetaminofen, Rona del Valle Gómez, sea a profesora universitaria), la culpa, como he repetido en este espacio, es de aquellos que en medio de su ignorancia han legitimado su permanencia dañina en el poder.

El fenómeno, como ya he explicado también en ocasiones anteriores, radica en esa ignorancia y falta de civismo que nos caracteriza, habitemos en los espacios de la oposición o por el contrario seamos fanáticos recalcitrantes del gobierno. La patria no se hace con cháchara y con violencia, se construye con ejemplos y sembrando integridad, valores y más.

Por poner un ejemplo, el día sábado participé como jurado para el renglón declamación en el Festival, Un canto para San Antonio, concurso realizado desde 1996 en el que compiten representantes de varias escuelas del municipio Los Salias, cantando música venezolana y declamando. Dicho concurso se realiza anualmente con el ánimo de sembrar valores en los niños y adolescentes, de rescatar y cuidar el acervo cultural, así como fomentar la difusión de nuestras tradiciones entre los jóvenes.

Sin embargo, aunque pareciera que dicho festival debería ser inmune a los embates de la ignorancia y la desfachatez, es increíble que se presenten situaciones como la sucedida el domingo —segundo día de dicho festival—, cuando el padre de un alumno de una de las escuelas participantes amenazara, muy cerquita de este servidor, a la profesora María Angélica Hernández, organizadora de dicho evento y directora de la dirección de Desarrollo Social de la alcaldía del municipio Los Salias. El tipejo vociferaba de manera airada y violenta que si su hijo, participante de un colegio de monjas que no mencionaré, perdía en su renglón él cargaría contra la mencionada profesora. El hombre, con esa prepotencia que nos caracteriza, se ufanaba por ser un abogado penalista capaz de entablar una demanda si su retoño, quién presenciaba la bochornosa escena, no resultaba ganador. Con petulancia, falta de respeto, agresividad hacia una mujer, intentó difamar un concurso en el que fui jurado y no recibí, en ningún momento, alguna “sugerencia” sobre por quién votar. Dicho personaje nefasto acusaba a los organizadores, atareados en demasía para que cada niño cumpliera su sueño de hacer la mejor presentación posible, de prácticamente inducir el resultado cuando se acercaban a la mesa velando que estuviéramos cómodos, ya que estuvimos sentados evaluando desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, cada presentación.

Me pregunto: ¿qué ejemplo le está dando a su hijo? ¿Qué clase de ser humano será ese joven si desde su casa, si sus progenitores, lo marcan con esos bochornosos ejemplos? Insisto que el problema de Venezuela no solo nace en un desmadre político y económico, sino que su raíz está mucho más abajo, en aquellos que perdieron la noción hace mucho, y que indudablemente este gobierno no ha buscado rescatar, sino por el contrario se ha enfrascado en acentuar sus defectos, cultivándolos a sabiendas que ahí radica su permanencia en el poder, como ya he dicho tantas y tantas veces.

El ejemplo de este nefasto individuo habla de lo que proyectamos como sociedad, de lo que se hace costumbre cuando desde la primera escuela para cada ser humano, el hogar, terminamos por enceguecernos en nuestras propias miserias. Ejemplos como los de este señor abundan en todo los venezolanos, sin importar el color político de su preferencia, y gritan que mientras el país sea un lugar de supervivencia donde la viveza criolla es la regla a seguir y causa de risas, jamás cambiaremos. Podremos llegar a tener a Jesucristo de presidente, pero no avanzaremos en la dirección correcta mientras como sociedad no “resetiemos” el cerebro y lo reconfiguremos con valores, ética y algo que jamás dejaré de repetir, sentido de pertenencia.

Premios fraudulentos vemos como ejemplo, como el premio de periodismo entregado a Nicolás por la Universidad Nacional de La Plata, en Argentina, así como el reconocimiento entregado por la FAO a Venezuela por lo logros en materia de alimentación en el país, similares a la intención del abogado penalista de imponer resultados a fuerza de violencia, aunque en los casos anteriores suceda a punta de dólares, de esos que usted no ve desde hace mucho. Vivimos en un país descompuesto en el que las instituciones están plagadas de burocracia y corrupción, una sociedad que ve a sus líderes buscando quién los adule para intentar cambiar las matrices de opinión basadas en nuestras realidades (Venezuela por primera vez en su historia pasa hambre y vive bajo constantes embates de censura), y en vez de intentar ser mejores nos dejamos arrastrar por la suciedad que inunda la política venezolana, resultado de una siembre errada en nosotros, pues, finalmente ¿quién maneja los hilos del país? La respuesta es clara, venezolanos, los mismos que formamos la nación decadente que nos tocó vivir, arrastrando los males de hace mucho.

Andamos sin brújula, señores, acá se golpea al que piensa distinto, se humilla al que ansíe vivir bien, y también hacemos gala de nuestra más putrefactas condiciones humanas: carecer de ética, de moral, valores, y sencillamente el intentar hacer las cosas de la mejor manera, aunque esto no nos prive de cometer errores. Es lamentable que donde veamos solo percibamos malos ejemplos para las nuevas generaciones, únicamente viendo muestras de lo que no se debe hacer y, peor aún, que de ambos lados lo crean normal, lógico ante la idea fomentada de que es imprescindible sobrevivir como sea.

Mientras el aserrín llene nuestra cabeza, estamos fregados.

Fernando Pinilla

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