Piccolino y la Educación Inicial

Oscar Mayz Vallenilla. Ese es el nombre del pediatra que nuestros padres escogieron para sus siete hijos. Aunque no nació en nuestra ciudad, a los dos años de edad lo trajeron a vivir a esta tierra. Por eso solía decir: «No soy maracucho de nacimiento, pero sí de sentimiento». Ha sido reconocido como un médico insigne, con una profunda capacidad y con una invalorable sensibilidad. Lo recuerdo negro el flux y negro el maletín visitando mi casa en cualquier contingencia de salud propia o de alguno de mis hermanos. Era de esos médicos que estaba hasta dispuesto a sustituir a los padres en momentos de dificultades, que sin duda las había si tomamos en cuenta que Corina, mi madre, tuvo seis embarazos y cinco muchachos en los primeros cinco años de casada.

Con ese nombre, Oscar Mayz Vallenilla y con el lema «educamos para la vida», fue creado hace más de veinte años un centro de educación inicial que es más conocido como Piccolino. Ha sido ese el espacio en el cual mi hermana Gaby ha desarrollado su vocación de servicio luego de haberse graduado como licenciada en educación preescolar en nuestra Universidad del Zulia. Por sus aulas han pasado centenares de niños que allí encuentran los fundamentos para la maduración de la personalidad. Por allí han pasado cuatro de mis cinco hijos y hoy, cuando los morochos dejan sus aulas para iniciar su educación primaria, me parece necesario reconocer la importancia que para ellos ha tenido la educación inicial. No hay palabras para agradecer la entrega, la disposición, la búsqueda de la excelencia, el inmenso aprendizaje en valores y el compromiso con el país que han demostrado Gaby y su equipo de Piccolino. Han formado niños que están preparados para cumplir de manera adecuada sus próximas metas académicas y que podrán afrontar con bases sólidas la experiencia de vida que les corresponde.

No dudo en afirmar que la etapa más importante de la formación de cualquier persona, es la etapa de la educación inicial. Los niños entran en la sala de un año, mientras apenas caminan. En esos espacios aprenden a dejar los pañales, a leer y a escribir, conocen los números, cuentan, suman y restan. Aprenden también que no están aislados ni son el centro del mundo, socializan, hacen amigos, practican deportes, disfrutan la música, aprenden a bailar, asumen modales, hablan y cantan en inglés. Pero lo más importante es que en esta etapa adquieren los principios y valores que les servirán de base para toda la vida. Y mientras más sólidas sean nuestras bases, mucho más lejos podemos llegar.

La familia debe ejercer la responsabilidad de la formación de los hijos. Pero qué grande es la labor que desarrollan en ese esfuerzo las maestras de educación inicial. Ellas se convierten en segundas madres que entregan todo de sí para lograr un desarrollo integral, acorde con la edad del niño o niña. Tienen una altísima responsabilidad que asumen con mucha conciencia y entrega ciudadana. Sin embargo, en esta ecuación es importante denunciar la irresponsabilidad del estado. Me pregunto ¿un niño de los sectores populares tiene la misma oportunidad de acceder a la educación de calidad que vemos en escuelas privadas? La discriminación y desigualdad comienza cuando en las escuelas públicas, en general, aceptan a los niños a partir de los 3 años y no les ofrecen todo lo necesario para su formación integral. La educación pública debería ser igual o mejor que la privada. Esa es una tarea pendiente.

Venezuela es un gran país. Aunque pase por un mal momento, nos corresponde a todos, lograr puntos de encuentro que nos permitan encaminarnos hacia el progreso y el bienestar. Por eso es clave que nuestros hijos manejen valores como la tolerancia, el respeto, la solidaridad, la honestidad, la justicia, la igualdad de oportunidades, la participación, la libertad, el trabajo, la constancia. Un niño que tenga clara la dignidad de la persona humana como base de esos y otros valores, tendrá la fortaleza para lograr una patria mejor.

Juan Pablo Guanipa V. – @JuanPGuanipa

Salir de la versión móvil