Me robaron…

Me robaron el carro. Un Chevrolet Corsa gris 2001, dos puertas, placa MDD53S 2001, serial 8Z1SC21Z01V335150 que mi papá compró con todo el esfuerzo del mundo, con su trabajo honrado. El techo está con la pintura un poco quemada por el sol y no tiene tapas en los rines, porque hace unos años otros amigos de lo ajeno nos las despojaron. ¿Qué como estoy? Como el venezolano promedio lo está a diario: arrecho, con una sensación de impotencia inmensa al sentirnos a la buena de Dios.

Aprendí en mi estancia en el CICPC, lugar donde me atendieron muy bien los oficiales, al igual que Polimiranda, que realmente fue un hurto, porque robo es cuando te colocan el hierro en la frente, cuando el frío del metal y de una hipotética muerte te hela la sangre, como le sucedió a varias personas que conocí en la agónica espera de colocar la denuncia. En mi caso debo ser agradecido con Dios, no viví la traumática experiencia de ser apuntado con un arma ante la ruleta que enfrenta entonces el malandro: ¿Lo mato o no? Los mal nacidos (no tienen otro calificativo) lo llevaron del frente de mi casa en San Antonio de los Altos, el jueves a las 2:00 am, como quedó registrado en la cámara de un vecino, con pasamontañas, alimentando a los perritos callejeros para que no hiciera ruido y, con esa frialdad propia, llevándose un bien que en cualquier país es valioso, pero en Venezuela representa una vida de trabajo. Ojo no es exageración. Un Corsa está valuado en aproximadamente 1.300.000 Bs, que si lo dividimos entre el sueldo mínimo, nos da casi unos ciento ochenta y cinco sueldos mínimos, y si eso lo dividimos entre los meses del año, el resultado habla de unos dieciséis años de trabajo sin gastar un bolívar en más nada para poder comprarlo. Claro que, como dijo mi esposa, cuando llegues a esa fecha costaría mil veces más.

Robaron el carro unos individuos amorales, unos seres cuya vida termina de la misma forma que hacen sus fechorías: es lo oscuro. Pero lo grave es que como ellos hay muchos más, todos hijos de la decadencia que como sociedad arrastramos y que cultiva un gobierno estéril, así como una oposición flácida. Un oficial del CICPC tarareaba a Calle 13 y su canción, “No hay nadie como tú”, ironizando entre sus colegas. Yo reflexioné: “Hay bolsillos llenos, carteras vacías, Hay más ladrones que policías”.

La inseguridad tiene muchas aristas para analizar, y quizás pocas soluciones inmediatas, porque es un tema de bases, de estructura y de realidades prácticas. Un país donde conseguir comida es una odisea, es un terreno fértil para la delincuencia. Un país sin oportunidades para jóvenes ni adultos, donde tener vivienda, carro son temas ajenos a nuestra posibilidad, son tierra fértil para la delincuencia. Un país donde una batería de un carro cuesta cuatro o cinco sueldo mínimos, y no se consigue, es terreno propicio para que lo peor del ser humano brote a montones.

Luego está un tema familiar y un tema gubernamental, una vez más. En las casas no se siembran valores, aunado a una educación precaria y una formación deficiente. Las oportunidades al salir al campo laboral, desde el panorama anterior, son desalentadoras, por eso algunos no estudian. “Un hombre sin estudios es un ser incompleto”, dijo el libertador hace siglos, los malandros son seres sin moral, sin ética, sin respeto por las autoridades, sin principios, sin amor por nada ni por nadie: incompletos. La necesidad se convierte en obsesión, y en un horizonte en el que ser honrado es un viacrucis de necesidades, es fácil extraviarse en los caminos del dinero fácil, aunque este, tarde o temprano, solo compre boletos para dos lugares: la cárcel y el cementerio. Un país de miseria es una nación de delincuencia.

Otra realidad es que el hampa es la reina del país. El municipio Los Salias, por ejemplo, es el micro de un problema macro. La inseguridad se adueñó del, hasta no hace mucho, municipio modelo. Un pueblo de ensueño donde el crimen ha presentado una escalada aterradora, sin control, y no parece haber quién le coloque el cascabel al gato. Robos de carros, asesinatos, secuestros, carteristas, es ahora el lenguaje de moda entre los vecinos maniatados que simplemente terminamos sitiados por un flagelo nacional, pero que, en municipios, hasta hace poco seguros, erizan la piel al entender la dimensión del crecimiento de la inseguridad.

Tenemos miedo, vivimos con zozobra cuando nos sabemos presa fácil, en cualquier contexto, de algún malandro que vea en nosotros una oportunidad. Mi esposa teme cuando camina por San Antonio de los motorizados ¿y cómo no estarlo? ¿Es estigmatizarlos? ¡No! Hablamos de una realidad que todos llevamos a cuestas, menos los personeros del gobierno rodeados de escoltas y con vehículos blindados. Mientras la GNB se turna en las cercanías de una de las propiedades de Diosdado, a nosotros, al pueblo, sencillamente nos lanzan como ovejas en jaulas llenas de leones.

Una realidad es que el municipio Los Salias, el estado Miranda y toda Venezuela piden a gritos presencia policial las 24 horas, aun en las zonas más alejadas. Se necesita vigilancia y obviamente cambios estructurales que anulen los factores que propician el delito. Pero para eso se necesita un modelo distinto a los cuarenta años democracia y los dieciséis años de revolución estéril en los que el crimen se multiplicó y arreció

Esto no es un mito ni una mentira. La inseguridad es la reina de Venezuela, y mientras esperamos el 6D como única opción, el dólar innombrable subió 222,80% en cinco meses, la inseguridad desatada mata, roba y crece, la inflación está en más de 150% y la escasez ronda en un 60% en todos los rubros, siendo optimista. ¿Qué tendremos para rescatar el 6D? Los venezolanos clamamos por respuestas inmediatas, o entre todo lo anterior nos llevarán al cementerio antes de diciembre.

Fernando Pinilla

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