Los 10 mil muertos del terremoto de 1812

Inmortalización del terremoto de 1812 en el lienzo de Tito Salas.
Inmortalización del terremoto de 1812 en el lienzo de Tito Salas.

Se calcula que en Caracas perecieron unas 10 mil personas, cuando la población era de unos 44 mil habitantes y en La Guaira de 3 mil, lo que evidencia lo devastador de este movimiento telúrico

Edda Pujadas, @epujadas.- El terremoto de marzo de 1812 es uno de los más controversiales de la historia sísmica de Venezuela y todavía, luego de muchos años de estudio, no se sabe a ciencia cierta qué pasó realmente en aquellos lejanos días, ya que hubo diversos factores que distorsionaron los hechos relacionados con este evento.

A fines de 1541, las islas de Cubagua y Coche y el 03 de febrero de 1610, La Grita, en el estado Táchira, lamentaron 60 personas muertas.

En 1629, la afectada fue la iglesia de Cumaná. En 1786, se sacudió la ciudad de Mérida y en 1797, fue Caracas la que tembló.

La actual metrópolis urbana de hoy ha sido sacudida por varios eventos sismográficos.

Estos son algunos ejemplos de que el terremoto de 1812, no fue una excepción para esta zona de la Tierra, pero sí que tuvo particularidades de intensidad, víctimas y consecuencias políticas, que lo inmortalizaron en la historia, además de una explicación sobrenatural para una época en que los sismógrafos eran aún desconocidos, pues los mismos datan de principios del siglo XX.

El terremoto del Jueves Santo, como llaman algunos al sismo que sacudió a Venezuela el 26 de marzo de 1812, ocurrió en plena gesta independentista y se considera como una de las causas de la caída de la Primera República de Venezuela.

Los patriotas celebraban el segundo año de la nueva República planificando recuperar la región de Guayana del dominio realista y se preparaban para resistir el avance de las tropas del general Monteverde que, desde Coro, se dirigían hacia Barquisimeto y habían tomado Carora el día anterior al gran temblor de tierra.

Sin embargo, el terremoto del Jueves Santo sumó su fuerza a la de los conspiradores civiles y militares que continuaban fieles al poder del rey español Fernando VII, “El Ungido del Señor”, como le decían los miembros del clero, quienes aprovecharon la tragedia para sumar adeptos a la causa realista, con el argumento de que el sismo era el castigo divino a la arrogancia rebelde.

Bolívar pasó el terremoto en su casa, en la esquina de Las Gradillas y vino a la plaza de San Jacinto, que está situada frente a su casa solariega, cuando supo que un grupo de frailes predicaban a la aterrada multitud concretada en aquel espacio abierto, haciéndole creer que el terremoto era un castigo divino por haberse separado la Provincia de Venezuela de la autoridad del Rey de España.

Para convencer al pueblo del origen divino del terremoto, aquellos habilidosos predicadores manejaron con maestría el hecho de que sólo había destruido a las principales ciudades del lado patriota, mientras que Maracaibo, Guayana y Coro, todas bajo el poder realista, resultaron prácticamente indemnes.

Argumentaban que el terremoto ocurrió en Jueves Santo, día en que comenzó la revolución, en el momento que las tropas, en traje de gala, estaban apostadas en las entradas de los templos, repletos de gente, esperando la salida de las procesiones para adornarlas y acompañarlas: fue precisamente en el derrumbe de esos templos y de los cuarteles donde murió un gran número de soldados, quedando enterrados bajo los escombros junto con sus armas y municiones.

La superstición y el fanatismo religioso inspirado por el terremoto lograron inclinar la balanza en favor del gobierno español y las deserciones a la causa patriota se contaban por miles, al extremo de que el general Monteverde reforzó su ejército con los habitantes de las ciudades conquistadas, que habían sido dañadas por el terremoto.

Bajo el lienzo de Tito Salas, el dramático Jueves Santo de 1812 quedó inmortalizado, con la figura de un Bolívar que lucha contra las grandes adversidades. Allí, en una Caracas en ruinas, El Libertador proclama una de sus más célebres frases, alabada por unos, cuestionada por otros: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.

Salir de la versión móvil