Voluntad de diálogo

Para dialogar hay que tener disposición a renunciar a puntos de vista que se han asumido como verdades incuestionables

Dialogar es la mejor manera de derrotar la guerra. La palabra certera, pronunciada con voluntad de respetar el derecho ajeno, sin caer en ofensas, es el contraste con la violencia. La lucha entre la paz y la guerra pugna por el control de la humanidad desde sus orígenes. Tienen sus particulares instrumentos. La paz se apoya en el civismo y la tolerancia, requisitos esenciales para poder hablar como personas civilizadas, y lo opuesto es la fuerza bruta, apelando al uso de las armas.

Para dialogar hay que tener disposición a renunciar a puntos de vista que se han asumido como verdades incuestionables. Solo cediendo se puede avanzar más allá de la línea de fuego cruzado, donde no hay campo para razonar, porque lo que cuenta es el uso de las armas para imponer una visión fanatizada. Hay casos en que la fuerza avasallante se manifiesta también a través de tribunales, policías, medios de comunicación manipulados y cuantiosos recursos financieros.

El pasado miércoles se verificó un hecho que debe ser evaluado para que no se convierta en una página más de las imposturas que terminan en desengaños. Me refiero al acuerdo unánime de los diputados de la Asamblea Nacional. En ese documento se empeña el compromiso de “trabajar de buena fe en el exhorto del Papa Francisco por el bien común, promover la cultura del encuentro y fomentar las condiciones para un diálogo fecundo que permita alcanzar la paz y humanizar al país”.

En medio de las disímiles efusiones de sentimientos, es un aroma que sobresale en este ambiente de calima que escabrosamente cubre nuestro cielo. Sin embargo, se requiere de posiciones para que ese acuerdo no quede como una rebuscada genialidad de uno que otro operador político, que simule mostrar una puerta abierta para dialogar en pos de soluciones a la crisis múltiple que lleva a la gente a protestar por la falta de alimentos y medicinas, o a calificar de bodrios los ya fracasados planes de seguridad.

El diálogo es un patrimonio de la humanidad que no se debe desprestigiar con solemnidades exageradas. Se debe demostrar, con acciones específicas, que de verdad se prefiere la vía del diálogo a la violencia. Ahora bien, levantar la mano para ¿respaldar? la exclamación del pontífice, mientras se anuncia desde Miraflores, que “la Ley de Amnistía no pasará”, es un espantajo escandaloso a vista y oídos de la comunidad internacional, que se preguntará si funciona en Venezuela el principio de la separación de poderes.

Algo paradójico: mientras aquí Nicolás Maduro fragua “acuerdos de paz” entre el gobierno colombiano y la guerrilla, a los perseguidos políticos venezolanos, dentro y fuera del país, se les niega el pan y hasta el agua.

Mitzy C. de Ledezma 

 

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