República Dominicana – amor a primera vista

Gabriel Balbás narra en su página dominical su recorrido reciente por la isla del Caribe.

Mi primer contacto con la República Dominicana pudiese ser lo más cercano que he vivido un amor a primera vista. Ella y yo hicimos “click” desde el primer momento. Ya desde migración en el Aeropuerto me sentía como en casa. Ese primer encuentro con los dominicanos fue muy amable; recuerdo que me estaba orinando (no se rían) mientras hacia la fila para pagar los impuestos – cruzaba las piernas y me movía de un lado a otro, intentando contener las ganas- y tras salir encontré el baño de caballeros cerrado, por lo que la encargada de la tienda de al lado me ofreció que usara el de damas que ella me vigilaría la puerta. Esas cosas solo pasan con la calidez del latino caribeño…

El trámite de ingreso fue sencillo. Cambié dinero en la entrada de migración del aeropuerto; la encargada era una muchacha que me atendía sonriente. Estaba embarazada y el barrigón parecía que fuese a dar a luz en cualquier momento. Pasé el control migratorio entre risas, pues todos eran amables y echaban cuentos conmigo. La maleta llegó con una rueda rota, cosa que siempre sucede; al menos no se perdió en el camino. Al salir no me agobiaron ofreciéndome taxis como sucede en muchos destinos, caminé con tranquilidad y me desayuné con café y una dona ¡Mis vacaciones habían comenzado!

Dominicana me atraía con cada paisaje. Era una mezcla entre la Isla Margarita (Venezuela) y mi adorado San Juan de Puerto Rico. Fortines, cañones, calles empedradas y casas coloniales, traían a mi mente recuerdos de diferentes etapas de mi vida, y de otros viajes por el Caribe.

“No te vayas a quedar encerrado en el hotel, sal a pasear que esta zona es muy segura. Es viernes, hoy todo esto va a estar prendido, va a haber mucho movimiento, así que puedes salir y conocer la ciudad de noche. No hay ningún peligro” Eso me recomendaba el taxista mientras buscábamos el pequeño hotel (que más parecía una pensión) en la zona colonial de Santo Domingo. Palabras que me reconfortaban al máximo; por algunos días era libre de caminar tranquilo por las calles, de no temerle a la caída de la noche, y mis oraciones serían de agradecimiento a Dios, más no de encomendarme 500 veces que me alejara de un atraco.

Luego de instalarme en mi habitación, recostarme un rato -porque viajé muy temprano en la mañana – y bañarme en protector solar, decidí comenzar mi mochileada por la zona; con esa confianza de que en reiteradas ocasiones me indicaron que era un lugar bastante seguro.

El sol brillaba con fuerza, el sudor chorreaba por mi frente, y mis ojos no paraba de sorprenderse con el hermoso escenario que me suponía la capital de Dominicana. Todo lucía cuidado, la gente parecía contenta, sonaba merengue en cada esquina, había cerveza (presidente, obviamente), y el humo del tabaco hacía una especie de neblina que se confundía con el aroma a playa de la costa.

Nunca he ido a Cartagena, pero esto se parecía muchísimo a lo que he visto de aquella hermosa zona turística en Colombia. Los caminos empedrados son una invitación tentadora a caminar la ciudad recordando su herencia de la época de la colonia; hay muchas iglesias, de diferentes tamaños y formas de confección. Casi que cada 2 calles te topas con una. Las fachadas conservan su arquitectura colonial intacta pero muy bien remozadas, con aquellos sanjuanes típicos, las rejas de hierro forjado, los faroles salidos hacia la acera, y el colorido de sus paredes que rompe con la monocromía de las construcciones realizadas en piedras o ladrillo.

El boulevard peatonal de la calle Conde es el paseo favorito para los turistas. Es el lugar ideal para disfrutar de la cultura de Santo Domingo a través de la comida, la bebida, las artes, ventas de souvenirs y las tiendas de habano.

Para comer

Si viajan a la Zona Colonial de la capital de la República Dominicana, se sorprenderán con las ventas de papas fritas que hay por doquier; a donde volteen hallarán un localcíto de papas y una larga fila de dominicanos esperando ser atendidos. Les llaman Yaroas, y son el sueño de todo gordito mental. En su versión tradicional una yaroa contiene: Papas fritas (en abundancia), bañadas en salsas, y coronadas con carne molida. Pero en el menú encontrarán otras propuestas con toppings más arriesgados como la tocineta, los quesos importados, he incluso versiones de papas fritas bañadas en dulce como el chocolate, la miel o el helado.

Infaltable

No se puede pasear por Dominicana sin sentarse a disfrutar de un buen platado de arroz blanco con habichuelas negras, acompañado con una generosa ración de aguacate maduro (espolvoreado con sal), y una buena porción de pescado frito, bañado en salsa picante. Plato que, además de generoso, será bastante económico (unos 160 pesos dominicanos).

Para el postre- Al final de la avenida Isabel La Católica, unos muchachos montaron un paletería gourmet. Su propuesta es sencillamente fantástica: Paletas de helado con sabores exóticos. Fue ahí donde disfruté una de las mezclas más raras, pero sabrosas, que había probado últimamente: El helado de aguacate, relleno con dulce de leche; una cremosa y suculenta mezcla. Yo jamás me hubiese imaginado que el aguacate sabía tan sabroso en helado, y mucho menos que combinaba tan bien con aquello que en Venezuela llamamos arequipe. Pero si no se es tan osado, gastronómicamente hablando, puede optarse por algo menos extraño pero igual de sabroso, como la paleta de piña y yerbabuena, una combinación llena de sabores tropicales y refrescantes.

El digestivo

Luego de una comilona, con los platos repletos de comida en abundancia, viene el momento del digestivo a la manera dominicana: Sentarse en algunos de las múltiples terrazas de los restaurantes, frente a las plazas, a disfrutar de una buena copa de ron dominicano (Brugal o Barceló), mientras se fuma un tabaco recién elaborado, y se escucha a algunos de las orquestas ambulantes que tocan merengue en las calles…

Gabriel Balbás 

 

 

 

 

 

 

Salir de la versión móvil