Antigua, un secreto a voces

Gabriel Balbás escribe esta semana sobre Antigua.

Desde que nuestro barco llegó a la isla de Antigua, del país Antigua y Barbuda, tuve la intuición de que este destino ocultaba gratas sorpresas. Cuatro cruceros, incluyendo el nuestro, llenaban el puerto. Si todos estos “hoteles flotantes” paran aquí es porque es una buena apuesta para el turista; al menos esa fue mi primera idea.

Al salir me sentí como un cardumen de peces que está dispuesto a caer en la red de los pescadores, sedientos de atraer a su presa. Un mar de turistas desfilaba como “dinero andante” en el boulevard que separa al puerto de cruceros de la zona central de la isla de Antigua. Lograr que los visitantes contraten una excursión es el objetivo de todos los taxistas que se acumulan cual manada de lobos que rodean a un grupo de ovejas.

Los venezolanos hicimos un “grupete” – como diríamos en criollo – una alianza estratégica que buscaba poder obtener un buen precio por el transporte a la playa, proponiendo que entre todos llenábamos por completo un taxi de diez puestos.  Escuchábamos ofertas intentando no irnos por la primera opción; del otro lado los taxistas saben que los visitantes no tenemos tiempo para perder, pues escasamente tenemos nueve horas en cada puerto.

Finalmente hay acuerdo, el precio es aprobado por consenso de todos los venezolanos que conformamos la tribu de viajeros. Abordamos la vans, dirigida por nuestro conductor llamado “Zika”, quien no dudó en aclarar que no era tan malo como el virus. Yo me autonombro copiloto y me ubico al lado del conductor, que en este país también tiene el volante hacia la derecha. Arrancamos en un viaje que recorrerá pronunciadas subidas y bajadas – que parecen una montaña rusa- por la no tan desarrollada viabilidad que hace gala al nombre de la isla: ¡Antigua!

Al ritmo de despacito, en la versión remezclada de Justin Bieber, y de “Mi gente” de J Balvin con Willy Williams comienza nuestra aventura rumbo a Church Bay; una de las playas más recomendadas para los turistas que llegan a Antigua y Barbuda.

Foto: @GabrielBalbas

“Barbuda ha quedado devastada tras el paso de Irma” me cuenta Zika en el trayecto. Recuerdo que meses atrás fue noticia cuando el primer ministro de estas islas anunciaba que habían perdido comunicación con Barbuda, calificando al huracán Irma como una catástrofe de grandes dimensiones para este país caribeño. Antigua sigue prácticamente intacta, aprovechando a los cruceros que han desviado sus rutas de St Marteen, también afectada por la temporada de huracanes.

Pareciese que Irma y María han cambiado la geografía turística del Caribe; desgracia que se suma a las islas azotadas por lo que fueron sus vientos huracanados, con velocidades que alcanzaron las categorías tres y cuatro.  No solo queda la destrucción, sino la merma de ingresos provenientes del turista y los temporadistas que sustentan la economía de estas Antillas menores.

Personalmente me intrigaba que podía encontrar en Barbuda. Mi niño interno me hacía pensar que de ahí vienen las mujeres con barba que anunciaban en los circos antiguos, y que las damas caminaban por las calles mostrando barbas más abundantes que la mía…

La llegada a la bahía de Church fue un paraíso que fue develándose rápidamente frente a nuestros ojos, cuyas pupilas intentaban interpretar la gran gama de tonos azules que se explayaban desde el agua de la playa hasta un cielo completamente despejado. Solo la blanca arena y algunos verdes de vegetación rompían con el degradado azul de la escena.  Todo brillaba y encandilaba.

Foto: @GabrielBalbas

Aguas cristalinas bañaban una costa cubierta de muchas conchas de caracol, y algunos restos de coral.  El sol brillaba de la manera más incandescentes posibles, reflejándose en el agua, bronceando nuestros cuerpos de manera acelerada, y obligando a repasar el bloqueador solar cada 30 minutos.  “Esto se parece a Morrocoy” era la frase que más repetían mis compañeros venezolanos, haciendo alusión a la semejanza con las playas de la zona costera del estado Falcón en Venezuela; una zona que popularmente se le llama “los callos” y que es de los destinos turísticos más concurridos por los propios venezolanos en temporada.

Quizá si se parece a Morrocoy, u otras playas de Venezuela, pero esta es la versión “pro” donde tienes la seguridad que no tendrás en costas venezolanas. Esa ventaja de poder dejar un bolso con el celular, el dinero, y cualquier objeto de valor; relajarte mientras te bañas en las aguas turquesa, sin esa preocupación por evitar un robo.  Los habitantes de Antigua son de trato amable y sonriente (muy diferentes a sus vecinos mal encarados de St Kitts) se esmeran en atender al turista de la mejor manera.

La playa es bastante bajita, puedes caminar varios metros sin que el agua llegue a cubrirte siquiera hasta el pecho. El oleaje es suave y sereno. El sol pica, y parece que no hay ni una nubecita que lo tape al menos por algunos minutos. Te puedes sentar en la arena sin problemas, porque es de esa que se sacude con facilidad y no se pega al cuerpo.  De a ratos el delicioso aroma del mar es interrumpido por ráfagas de humo de marihuana, los turistas suelen aprovechar la cultura rastafari de estas islas para fumarse algún porro; cosa que yo no comparto pero la respeto.

Antigua, la islita que esconde paisajes hermosos, gente amable, playas turquesas, y una rica cultura roncera de la que hablemos más adelante.

Gabriel Balbás / @Gabrielbalbas

 

 

 

 

 

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