Cloe, la gallina soñadora, o Cloe, la Gallina Voladora

En un pueblito cualquiera, en una pequeña granja como muchas, con árboles frutales, y animalitos típicos de las zonas rurales; todo transcurría a su ritmo habitual, hasta que ese día se rompió la rutina… de repente del cielo llegó volando una gallina… ¿Volando una gallina?…


¡Pero si las gallinas no vuelan!, dirán Ustedes. Pues si, así inicia nuestra historia.


La tranquilidad habitual del corral se vio alterada por el suceso. Todos se
agolpaban para ver a la gallina que llegó volando y sin salir de su asombro se escuchaban comentarios tales como:


– ¡Es inmensa! ¡De alas muy desarrolladas! La admiraban los pollitos.
– ¡Es hermosa! ¡Es una diosa! Coqueteaban los gallos jóvenes.
– ¡Pero si es una gallina enclenque, casi ni plumas tiene! Decían las gallinas
envidiosas.
– ¡Si abre una escuela de vuelo me inscribiré! Apostaban los polluelos mayores.
– ¡Es un mal ejemplo para la familia! Murmuraban las gallinas adultas.
¿Y qué les decía ella?
‐ “No hay que perder el foco de lo que se desea, hay que trabajar duro por tus sueños. ¡Con perseverancia y fe se alcanza el cielo! ¡Se los garantizo! ”
Y así se hizo famosa Cloe, la gallina voladora.
Pero… ¿Realmente cómo se origina esta historia?
En otro pueblito cualquiera, no lejano del anterior, en otra pequeña granja, como muchas del lugar, con árboles frutales, y animalitos típicos de las zonas rurales, vivía Cloe, la gallina soñadora. Sus días pasaban como a todas las gallinas, rodeada de otras gallinas, gallos y pollitos; comía, escarbaba, picaba, picaba.


Pero Cloe no era feliz, se negaba a seguir la vida igual que su mamá gallina y de su abuela gallina y de la mamá gallina de su abuela gallina.

Le gustaba escuchar las conversaciones de los pájaros que llegaban a los árboles y arbustos cercanos al corral y así se enteró que había un mundo más allá del que ella conocía.


Escuchaba de algo llamado pradera y lago…

– ¿Qué será eso?, se preguntaba.
Escuchaba de sembradíos y ríos…

– ¿Qué será eso?, meditaba.
A pesar que intentaba conversar con ellos, los pájaros, no le prestaban atención. Y cuando les insistía, les decía que quería volar como ellos para ver esos mundos y maravillas, pero éstos se burlaban y reían de ella: – ¡que gallina tan chiflada! y se iban surcando el cielo.

Cuando apenas se ocultaba el sol, todos los habitantes del corral volvían a sus casitas para descansar y Cloe se escapaba por un pasadizo que ella misma escarbó, para subirse a un viejo árbol, contemplar las estrellas y decirse a si misma:

– ¡Algún día podré volar!
Así pasaron los días y las noches de Cloe, observando el comportamiento de los pájaros, tratando de imitarlos para poder volar. Se preguntaba cómo a pesar de tener alas, no podía volar, y se dijo:

– ¡Es por mi peso!
Comenzó entonces a ejercitarse y reducir sus dosis de comida. Tomaba impulso y aleteaba mientras corría en las ramas de árboles y arbustos. Los pájaros se reían.

Ella ignorando sus burlas, se trepaba por la cornisa del techo, corría, aleteaba, brincaba. Pasaban los días y Cloe insistía. Los pájaros se detenían a verla, ahora con miradas curiosas y Cloe continuaba, se subía por el borde de la cerca, corría, aleteaba, corría, brincaba, aleteaba, aleteaba sin parar.

Las otras gallinas la miraban absortas y los pájaros ya no con burla sino ansiosos la acompañaban, aupándola:

– ¡Vamos Cloe, tu puedes!
La incansable Cloe después de cada caída se ponía en marcha con un nuevo intento:

– ¡Sé que podré volar!
Insistía, corría, insistía, aleteaba, insistía… Al final de la tarde, agotada, se
montaba en su rama a esperar ver las estrellas y planificar una nueva estrategia que pondría en práctica a la mañana siguiente… pero nada.

Una noche, la vieja lechuza que siempre la observaba desde el árbol se le acercó. La notó triste, cabizbaja, mirando el vacío y le preguntó:


– ¿Qué haces pequeña Cloe, hoy no ves las estrellas?
– Creo que todos tienen razón. Nunca podré volar. Le contestó sin alzar la vista.
– Querida Cloe, has hecho miles de intentos retando a tu pequeño cuerpo. ¿No te has dado cuenta que ya desde tu mente aprendiste a volar? Le dijo.
Cloe apartó los ojos de la nada y los levantó hacia donde la sabia lechuza le
hablaba.
– Con el solo hecho de pensar en otra cosa más allá que comer, escarbar, picar y picar ya has aprendido a volar. Fíjate, lo que una vez fueron burlas y críticas, hoy se convirtieron en respetuosos elogios y palabras de aliento.

Piensa en eso querida Cloe, ¡no te desanimes y te darás cuenta que ya llegaste lejos!

Antes de Cloe poder preguntar, la lechuza alzó el vuelo.
A la mañana siguiente, el sol no despertó temprano. Una gran nube gris tapaba el cielo en el horizonte. Se acerca una tormenta decían todos… pero Cloe no los escuchaba. Se quedó pensando en las palabras de la vieja lechuza y no advirtió lo que sucedía. Con sus ojos cerrados y sus patas aferradas a la rama del árbol pensaba:

Ya aprendí a volar, ya aprendí a volar… ¿qué quiso decir la lechuza con
que ya aprendí a volar?
El viento comenzó a soplar repentinamente, todos los animales del corral corrieron a esconderse, todos, menos Cloe, que seguía con los ojos cerrados aferrada a la rama y a sus pensamientos. De pronto, una extraña ráfaga de viento, que luego se convirtió en un pequeño ciclón, arrancó de golpe algunas ramas del viejo árbol y con ellas a Cloe. Todo fue tan rápido que apenas logró escuchar a un pollito decir:


– ¡miren, Cloe salió volando!
Cloe abrió sus ojos y se dio cuenta que estaba en lo alto, movió sus alas y
torpemente arrastrada por el ciclón, aleteó y aleteó y alcanzó a ver la pradera, el lago, el río, los sembradíos: ‐ ¡Lo logré, lo logré! Y entendió lo que la vieja lechuza le dijo, que con el hecho de pensar en lo que uno desea, e intentar con perseverancia, manteniendo el foco y con fe se alcanzan los sueños y se llega lejos… ¡lo que faltaba era un pequeño aventón!


Pasó el tiempo y siguieron los comentarios de corral en corral, sobre la gallina que podía volar. Cuenta la leyenda que luego organizó foros sobre:

“Puedes lograrlo, desafía tu mente”

Se dice que en otros lugares sucedieron cosas extrañas gracias a su influencia, tales como: un elefante de grandes orejas logró volar; un pequeño cerdo ganó un concurso arreando un rebaño de ovejas; un gato caminaba en dos patas usando un par de botas; una pequeña rata se convirtió en chef, y otros tantos más… pero desconocemos los detalles y fidelidad de esas otras historias.

FIN

Por Acuariana

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