«Soy consciente de las responsabilidades que pesan sobre mi», dijo el monarca
BRUSELAS. Felipe se convirtió este domingo en el nuevo rey de los belgas, heredando el trono de un país históricamente dividido y que se interroga cada vez más sobre el papel de la monarquía.
«Soy consciente de las responsabilidades que pesan sobre mi», dijo el flamante monarca, de 53 años, ante las dos cámaras del Congreso, tras el acto de abdicación de su padre, Alberto II.
La monarquía es uno de los factores de unidad de este pequeño país, dividido entre los valones francófonos (en el sur) y los flamencos del norte.
«La crisis toca a muchos ciudadamos (…) estoy seguro de que podremos vencer estas dificultades, el proyecto europeo nos debe dar la confianza», señaló el séptimo soberano desde la fundación del país en 1830, en un discurso en el que se mostró distendido y dispuesto al diálogo.
Por esto mismo el gobierno belga en común acuerdo con la casa real quisieron celebrar el acto con una ceremonia íntima y austera, sin ninguna pompa ni presencia de miembros de la realeza extranjera.
«Debes trabajar sin cesar para asegurar la cohesión de Bélgica», le recomendó Alberto II a su hijo, tras firmar el acta de abdicación.
«Inicio mi reinado con la voluntad de ponerme al servicio de todos los belgas», aseguró el nuevo rey en las tres lenguas oficiales del país (francés, flamenco y alemán).
El primer ministro belga, Elio di Rupo, recordó el papel de mediador de Alberto II entre 2010 y 2011, en los que el país estuvo 541 días sin gobierno.
«Aceptó la dura tarea de formar un gobierno y lo logró con éxito», dijo Di Rupo.
La abdicación en Bélgica reavivó el debate sobre el papel de la monarquía y los cambios ya comenzaron en este estado federal: el gobierno belga aprobó recientemente una reforma que rebaja el sueldo a la familia real y le obliga a pagar impuestos.
El partido independentista Nueva Alianza Flamenca (N-VA), de Bart De Wever, que encabeza los sondeos, ha insistido en estos días en su reclamos de limitar la monarquía a un papel meramente protocolario.
Pero de momento, este era un día de fiesta en Bélgica. Con banderas y globos rojos, amarillos y negros, entre 8 a 10.000 personas se congregaron frente al Palacio real belga.
«Viva, viva el rey», gritaban. «Esto es una fiesta que no hay que perderse», señaló Maximilien De Wouters, un estudiante de 24 años. «Abre una nueva página para la monarquía».
Agencias