
El Papa Francisco llegó el lunes a Brasil, en el primer viaje internacional del pontífice argentino elegido a comienzos de este año para revitalizar a la Iglesia Católica en tiempos de crisis.
La presidenta brasileña Dilma Rousseff lo aguardaba a los pies de la escalerilla del avión A330 de Alitalia que lo trajo desde Roma. Francisco, de 76 años, le estrechó la mano con una sonrisa y saludó después a decenas de autoridades y religiosos que esperaban en la base aérea del aeropuerto de Río de Janeiro.
El Papa, que sucedió en marzo a Benedicto XVI, permanecerá una semana en Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud, un festival católico que atraerá más a de un millón de fieles de decenas de países.
Su viaje a América Latina, un bastión del catolicismo, llega en momentos en que la secularización, el agresivo avance de otras religiones y la decepción por los escándalos sexuales y financieros en el Vaticano han llevado a la deserción de muchos católicos.
La visita del Papa ocurre también en medio de un creciente descontento en Brasil, que con más de 120 millones de católicos es el país con más fieles del planeta.
La insatisfacción con el alto costo de vida, la corrupción política y la mala calidad de los servicios públicos en la mayor economía de América Latina llevó en junio a enormes protestas en las calles de Brasil.
En los cinco meses desde que sucedió a Benedicto XVI como líder de los católicos, Francisco ha conquistado a muchos con su estilo simple, su rechazo al lujo y sus llamado a una Iglesia más comprometida con los pobres y la justicia social.
El lunes, a bordo del avión que lo llevaba a Brasil, el Papa dijo a periodistas que el mundo arriesga a perder una generación de jóvenes por culpa del desempleo e instó por una cultura de mayor inclusión.
“La crisis mundial no está tratando bien a la gente joven”, dijo el pontífice. “Estamos corriendo el riesgo de tener una generación que no trabaja. Del trabajo viene la dignidad de una persona”, agregó.