La desesperanza se convirtió en norma. El país del despilfarro y de la abundancia es ahora una tragicomedia en la que a diario somos los protagonistas. Es complicado describir lo que se siente, porque hay que tener la sensibilidad y vivirlo para que entonces podamos entender de qué se trata. Obvio que quienes están en la cumbre del poder, lejos están de experimentar los sinsabores que a diario vivimos. Ellos, que no nacieron ricos, pero se han hecho a punta de corrupción diaria estos últimos catorce años, no lo saben, porque no lo viven hoy y en el pasado, en aquella tan distante cuarta república, aunque las cosas estuvieran mal, jamás llegó a estos límites. Por lo menos ir a un mercado era complejo, como sucede en cualquier economía, pero no imposible por la inflación que devora nuestros salarios y por el calvario de encontrar neveras vacías. En aquel tiempo se podía elegir si llevar el producto más caro o el más económico. Pero la cuarta era mala.
Hoy la realidad es otra. Se sobrevive en vez de vivir, como ya he dicho tantas veces, tantas en las que describo de manera sencilla lo que se vive, lo que vivimos, porque el que teclea en este momento sin luz, es el mismo que anda a pie, en Metro y hace mercado. Lejos estoy de ser un oligarca, un miembro de la derecha o un enchufado de la oposición. Mientras escribo esto, la luz falta, como ahora es norma en el país por lo menos una vez al día. Lo que queda de la batería de mi laptop me sirve para expresar mi molestia, para escribir lo que siente muchas personas que escucho en las colas de los supermercados lamentándose de tener que ver su sueldo diluirse ante una inflación que los delincuentes rojos de Louis Vuitton y Rolex niegan.
Abogaran muchos por las maravillas de este régimen, los he visto, los conozco. Algunos porque son parte de ese corro que maneja el país a su antojo, otros, porque son enchufados con ansias de llegar dónde los primeros y los demás, porque son víctimas de esa ignorancia inoculada que no los deja ver más allá de sus narices. Personas como una joven que me contó asombrada su descubrimiento: los dólares del cupo CADIVI no son un regalo del gobierno, como le habían dicho y siempre había creído, por lo que criticaba las quejas de aquellos que pedían permiso al gobierno para gastar su dinero fuera del país. Sin embargo, ahora sabe la realidad, cuestiona el porqué de los tabúes, pero continúa rodilla en suelo. Increíble, ¿no? Pero cierto.
Las personas angustiadas intentan mantenerse a flote en medio de un drama que lo “politólogos” oficialistas (traducción, otros enchufados) también niegan. Claro está, luego de jalar b… muchos terminan de candidatos a algún cargo en las filas oficialistas, con miras de ser como aquellas piezas del monopolio mayor, porque como sabemos, a los líderes del pueblo que creen en el proceso, no les dan chance de nada. La rosca es la misma de siempre. Se debe ser muy inhumano, muy ambicioso y sin alma para ver a tu país convertirse en ruinas, pero aún así callar, ser silente y partícipe del drama de los demás.
No es la primera vez. La balanza se incline a la derecha o a la izquierda, siempre el peso aplasta a los más débiles, a los de a pie, a los que creen en las patrañas de esta especie propia de regímenes abyectos. Así sucedió con Trujillo, Somoza, así sucede con los comunistas y los no comunistas, camarillas de delincuentes que secuestran el poder y todo lo disfrazan de legal, pero jamás en sus planes está velar por el pueblo y sus necesidades. A los que creen en sus habladurías, simplemente les toca esperar hasta el 2019, porque catorce años, como ya lo he repetido cansinamente, son pocos.
Por eso las personas siguen negativas, empobrecidas cada día, aunque los personeros del circo rojo aleguen entonces que los vuelos están agotados o que las personas van a un centro comercial. Es lo poco que nos queda, porque no tenemos patria sino los restos de lo que una vez fue una gran patria. Hoy tenemos patria China con los 5.000 millones de dólares que le adeudamos más a los asiáticos. Pero aún así disparan ese argumento intentando justificar la crisis nacional. ¿Eso nos define cómo próspero?
¿Cómo no sentir desesperanza cuando un libro de texto o una libreta cuestan lo que cuesta? ¿Cómo no sentir desesperanza si las neveras de los mercados están vacías y la única respuesta que se da al problema es acusar a “la derecha”? ¿Cómo no sentir desesperanza cuando se critica el viaje de Capriles (que no estoy de acuerdo) pero se va Nicolás a Chiva a gastarse un viaje de dólares para pedir prestado más? ¿Cómo no sentir desesperanza cuando la inseguridad es la reina del país? Alguno me dirá entonces que debería ir al Bicentenario de Plaza Venezuela a comprar, a hacer mi cola de horas para llevarme algún único producto, de alguna única marca que quizás, si tengo suerte, consiga por allá. ¿Es eso lo que queremos para nosotros? Quizás ya estamos resignados y cubanizados. Quizás pensamos ya que, como me dijo un joven cubano, la libreta de racionamiento les asegura a los cubanos, por lo menos, tener su litro de aceite mensual y alguna libra de algún grano o de algún cereal. Quizás ya estamos, como concluyó Omar López Vergara en la revista National Geographic de noviembre de 2012 haciendo referencia a los cubanos, siendo felices porque no nos queda otro maldito remedio que serlo; porque, agrego yo, nada cambia para que nuestra actitud mejore.
Muchos están con los brazos abajo, no es para menos. Sería muy cruel exigir lo contrario. Mejor continuamos como líderes de motivación, aunque el fondo estemos igual; la desesperanza nos carcome.
Fernando Pinilla