Roger-Maurice Bonnet es uno de los “padres y madres” del Hubble, que nació gracias a la colaboración de la NASA y de la ESA y que el próximo viernes cumple 25 años en funcionamiento.
Si conocemos la edad del cosmos, entendemos algo de los agujeros negros y sabemos que la expansión del universo está acelerando es, en gran medida, gracias al telescopio espacial Hubble.
“Vemos cosas más y más viejas. Es casi mágico. El Hubble tiene gran estabilidad y puede estar días y días fijo, lo que permite ver objetos que se formaron solo unos cientos de millones de años después del Bing Bang”, explica el astrofísico francés Roger-Maurice Bonnet, director del programa científico de la Agencia Espacial Europea (ESA) entre 1983 y 2001.
Al principio los estadounidenses recelaban de sus colegas europeos, encargados del desarrollo del 15 % de un aparato de 11 toneladas, 13,2 metros de largo y 4,2 metros de diámetro que costó unos 2.000 millones de dólares de la época y que ha fotografiado 10.000 galaxias y un millón de objetos
“Era como jugar al escondite. Había visitas de los ingenieros de la NASA a los laboratorios de la ESA y los europeos no estaban muy contentos. Pero poco a poco, como en toda colaboración donde hay hombres y mujeres que tienen que entenderse, la cosa funcionó muy bien”, resume.
En 1990, una nave Discovery colocó fuera de la atmósfera el dispositivo, que cuenta en su interior con un espejo de 2,4 metros y otros cuatro aparatos ópticos, además de paneles solares para hacer funcionar las cámaras, motores para orientar el telescopio y equipos para refrigerarlo.
Vía EFE