
Lejana luce aquella imagen de una familia que tomaba los fines de semana para hacer mercado. Entonces escogía la hora que le diera menos flojera para salir y el local más cercano para hacer sus compras, que solían incluir desde víveres, pasando por charcutería, carnicería, vegetales y perfumería.
Antes la mayor preocupación era decidir qué marca de leche en polvo llevar, cuáles galletas escogerían los niños y qué detergente probar para la ropa: la versión nueva que prometía extrasuavizante o la que mantuviera mejor el color negro.
Ahora no solo hay que hacer maratónicas colas de nueve horas para tener la esperanza de ingresar a un expendio de comida, sino que entrar de manera directa es prácticamente imposible, y si puede hacerlo es señal de que no encontrará nada de lo que busca, menos si de mercancía regulada se trata.
“Lastimosamente ya me acostumbré a que todos los miércoles me levanto a las 3:00 a.m. y me ubico en la pasarela de Montaña Alta, donde con todo y que madrugo, ya tengo al menos unas cien personas por delante”, confesó Daccy Useche, residente del barrio José Manuel Álvarez del municipio Carrizal.
–Así como hay semanas que corro con suerte y llegan hasta cuatro artículos a precio justo, hay otras en que no hay nada o no necesito lo que están vendiendo, pero por no quedarme con las manos vacías igual lo compro y luego hago intercambios a través del Facebook de mis hijos. En estos tiempos de desesperación hay que llevarse lo que se encuentre porque no sabemos cuando nos quedaremos con las manos vacías.
La historia se repite en cientos de hogares altomirandinos, donde al menos un miembro del núcleo familiar hace fila para ingresar a los supermercados e intentar adquirir mercancía regulada, “costumbre” que ha irrumpido con fuerza en la cotidianidad de los venezolanos.
“No tenemos escapatoria: o hacemos cola para comprar comida o caemos en manos de los revendedores, quienes no tienen contemplación a la hora de fijar sus tarifas con mil por ciento de sobreprecio”, opinó Daniela Duarte, habitante de San Antonio de Los Altos.

–Hasta diciembre del año pasado yo era de las que decía que jamás me sometería a la humillación de hacer semejantes colas para entrar a un supermercado, pero ahora que el dinero parece sal en agua no hay más opción que sumarse a las filas de desesperados clientes (…) Incluso en el municipio Los Salias que aún mantiene un estatus y cierta calidad de vida, uno ve las colas descomunales en las afueras de locales como el Unicasa. Todos estamos a merced de la crisis y creo que no hay venezolano que al menos una vez se viera obligado a formarse por un producto, lo cual resulta comprensible cuando ves que el kilo de azúcar no alcanza los 30 bolívares y los bachaqueros la ofrecen en 1.600.
Los más
cotizados
La pasta se ha convertido en uno de los productos más buscados por las amas de casa, lo cual no resulta casual. “La semana pasada estuve en plena trifulca en las afueras de Automercados San Diego en Los Nuevos Teques, luego de que la gente se alborotara porque notaron que estaban dando preferencia a funcionarios públicos”, dijo Natalia Bustamante, habitante de la urbanización capitalina.
–Era impresionante ver cómo la gente pese a la tensión se volvía a formar para comprar pasta regulada en 15 bolívares y estaban vendiendo cuatro paquetes; con solo 60 adquirieron cuatro kilos que resuelven, bien administrados, al menos dos semanas a una familia promedio de cinco personas.
Otros productos que generan incluso alteración del orden público son la leche en cualquiera de sus presentaciones, así como los cotizados pañales. “Tengo dos chamos y no me da pena decir que cuando llega alguno de esos artículos soy capaz de hasta empujarme con la gente para lograr mi cometido. Me he quemado bajo el sol y mojado con la lluvia pero salgo con la mercancía para mis muchachitos”, afirmó Juana Querales, habitante de Las Cadenas.gf
Johana Rodrí[email protected]/@michellejrl