
El día que el ultraje, el atropello, la infamia y el asalto de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) se apoderó de la urbanización Montaña Alta del municipio Carrizal comenzó como cualquier otro: las personas cuyas oficinas de empleo quedan cerca fueron a sus puestos de trabajo, los que hacen vida laboral en Caracas aprovecharon para hacer largas colas en los supermercados y adquirir productos alimenticios; otros agarraron la bandera de Venezuela, pitos y gorras para unirse al llamado de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) al trancazo nacional convocado para el día 101 de protestas en el país.
Cerca de las 12:00 del mediodía, hora en que iniciaría el trancazo, pocas eran las personas que se empezaban a congregar en la acera de la pasarela que da acceso peatonal a la urbanización. Sin embargo, tres tanquetas de la GNB, así como dos convoys, acechaban desde el otro lado de la carretera Panamericana. A pesar de que para las 12:20 del mediodía aún eran pocos los manifestantes que se hallaban en este punto de concentración, la GNB decidió comenzar a deambular por la zona a manera de provocación.
“No estábamos trancando calles y ellos ya tenían una actitud amenazante. Fueron ellos los que comenzaron con los ataques como siempre, porque la Panamericana ni la tocaron”, dijo Albertina Guillén, quien asistió a la protesta junto a su hija de 13 años y su esposo.
1:15 pm
Algunos manifestantes decidieron sentarse y trancar con palos la avenida El Lago, por lo que el paso vehicular permaneció cerrado. Arnaldo Figueroa se encontraba comprando galletas en el Central Madeirense de La Cascada cuando vio que al menos 30 motorizados de la GNB comenzaron de la nada la arremetida contra el grupo de protestantes, quienes salieron corriendo mientras a sus espaldas sonaban detonaciones de bombas lacrimógenas y perdigones.
Los habitantes de las torres, para evitar la incursión de las tanquetas en las áreas comunes, levantaron rápidamente las tapas de algunas alcantarillas para proteger de alguna manera a sus familias que escuchaban aterradas los gritos de auxilio y disparos.
2:00 pm
Pese a la arremetida, los manifestantes se mantuvieron a las afueras de los edificios, desde donde veían cómo los rinocerontes de la GNB continuaban merodeando por los alrededores de la plaza Sucre.
Nancy Cedeño, de 65 años, quien labora como personal de limpieza en diversos apartamentos del referido urbanismo, entre nervios y gritos decía a las afueras de la torre cinco: “No puedo irme a mi casa, yo vivo en San Pedro, vine a trabajar y cuando trataba de salir de la urbanización los guardias me comenzaron a disparar. Yo sufro de los nervios y tengo un problema en una rodilla, lo que quiero es irme a mi casa con mi nieto que me espera”.
3:00 pm
Una nube blanquecina que hacía arder garganta y ojos cubría gran parte de la urbanización afectando sin piedad a niños, jóvenes, adultos y adultos mayores; estos últimos gritaban desde sus balcones “ya basta que nos estamos ahogando”.
Uno de los integrantes de la resistencia llegó herido de perdigón en un brazo a las afueras de uno de los edificios, por lo que algunos vecinos corrieron a socorrerlo y a echarle agua oxigenada en la herida.
En una nueva arremetida de los funcionarios de seguridad hacia los vecinos que observaban desde la pérgolas de sus torres, Laura Figueredo resultó herida por un perdigón a la altura del ojo, el balín de plástico le dio justo en la nariz, al lado del lagrimal.
4:00 pm
Van varios vecinos heridos por perdigón, apartamentos con panorámicas rotas, el joven de la resistencia que fue herido con perdigones en el brazo hace rato ahora le dieron en los testículos; se escucha cómo la GNB intenta ingresar en la torre uno rompiendo las puertas de vidrio.
“Vienen bajando a pie por la iglesia”, grita la vecina de uno de los pisos altos refiriéndose a los funcionarios. “Las dos tanquetas vienen por la clínica, hay dos vestidos de civil con ellos; les están diciendo dónde están los vecinos”, grita otra.
Las personas que estaban paradas junto al antiguo módulo policial observan horrorizadas cómo la GNB acecha a pie las torres verdes, desde donde los vecinos gritan improperios y maldiciones y éstos, a su vez, responden con bombas y perdigones hacia los apartamentos.
5:00 pm
Gritos provenientes de los vecinos de la torre tres se mezclan en el aire con el sonido de disparos, detonaciones de bombas y perdigones. “Se están metiendo en la tres por el techo y en la uno por la puerta. Pendientes que andan a pie”, grita alguien desde Colinas de Carrizal.
Entre los habitantes que están a las afueras de las torres rojas se corre el rumor de que hay un GNB herido de bala, por eso los funcionarios intentan entrar a las torres con furia.
6:30 pm
Unos 30 GNB arrancan la reja de entrada de la torre cinco con la tanqueta, dentro del edificio se escuchan gritos de desesperación, disparos, detonaciones, vidrios rotos, golpes en las paredes y pisos, mandarriazos en las escaleras. Alguien grita “malditos” en uno de los pisos.
Alberto, quien viene llegando del trabajo, luego de empujar los muebles contra la puerta del apartamento y pasar la multilock, se reúne en el piso de uno de los pasillos del apartamento con sus padres sexagenarios que lloran y rezan arrodillados. Teresa, la madre, le pide protección a la Virgen de Coromoto, mientras Wilmer, el padre, le pide a las ánimas benditas.
Desde el piso del pasillo oscuro Alberto y sus padres escuchan los destrozos, golpes y detonaciones a escasos metros de su puerta. “Salgan mariquitos, sino vamos a entrar a violar a sus hermanitos, esposas e hijas. Llegaron las pizzas, salgan”, decían los funcionarios mientras accionaban bombas y disparaban contra las puertas de apartamentos.
“Ruega por nosotros santa Madre de Dios, bajo tu amparo nos acogemos”, murmuraba Teresa en medio de la desesperación. “Salgan mujeres cabronas para llevarnos a sus hijitos y violarlos. Ustedes también van a llevar para que sean serias. Dejen de rezar y salgan”.
Diego se encuentra junto a su esposa, su hijo de ocho años que llora debajo de la cama y su hija de 14 encerrada en uno de los cuartos. Desde ahí oyen cómo los GNB dicen “dale a esa cámara, mira allá hay otra”. Fuertes denotaciones y vidrios rotos llegan a los oídos de la familia de Diego.
“Toma hija, agarra este cuchillo, si se llegan a meter y un tipo te quiere tocar no te vayas a dejar, defiéndete con esto”, le dijo Diego a su pequeña que temblaba de pavor.
7:00 pm
“Abran la puerta por las buenas sino la vamos a tumbar”. “Túmbala pendejo, pero no te voy a abrir”, responde Diego. Su mujer desesperada le dice que no le grite al guardia para que no se enfurezca más.
“Sofía, voy a tener que abrir, vi por el ojo mágico de la puerta que se le metieron al vecino”. Diego decide abrir la puerta y un guardia se asoma por la hendija. “Aquí solo estamos mi esposa y mis dos hijos pequeños que están llorando en el cuarto, por favor no les vayas a hacer nada”. “Tranquilo, solo queremos entrar a revisar”, le responde el funcionario.
Tres efectivos de la GNB irrumpen la propiedad de la familia de Diego, les piden que les muestren las manos y se las huelen. Luego de tres largos minutos uno de los funcionarios le indica a Diego que necesitan llevarse a una persona por apartamento, a lo que el cede sin resistencia.
7:30 pm
Mientras Alberto sale a verificar los daños a las afueras de su apartamento, Diego continúa detenido junto a más de 20 personas en la planta baja de la torre tres, donde la GNB los interroga uno a uno.
“A los que les entreguemos las cédulas se van a sus casas, a los que no se vienen a la plaza conmigo para entrevistarlos”, dice el efectivo de seguridad estatal.
El funcionario le entrega el documento de identidad a Diego, quien entre escombros, vidrios y oscuridad regresa junto a su familia que lo espera ente llantos y sollozos.
Cinco jóvenes no tuvieron la suerte de Diego, fueron traslados hasta los predios del Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF) en Los Teques, mientras sus madres veían desconsoladas cómo se los llevaban en un convoy.
Mañana del 11 de julio
Con la moral por el subsuelo, la sensación de haber sido ultrajado, el desvelo en los ojos y golpes que ni siquiera sabe cómo se hizo, Alberto se toma la primera taza de café junto a sus padres mientras afuera se escucha el ruido de los vecinos barriendo los destrozos.
“Al menos estamos vivos, desmoralizados, pero con la certeza de que esto acabará muy pronto hijo mío”, dijo luego de un sorbo de cafeína el papá de Alberto.gf
Ronald Gil
@thedaniels88