Resulta duro a veces entender el odio que hoy anida en el corazón de gente de la oposición. Sabemos que el ser humano es único e indivisible y por lo tanto, tiene la capacidad de decidir por sus obras y acciones; que es libre de pensar, de amar, de comportarse de acuerdo a su parecer; que es sujeto de derechos y así, está obligado a respetar los de sus semejantes. Pero, como ser social y vinculado a un esquema de valores, a una sociedad tiene el deber de respetar también las normas y leyes que la rigen.
Adjudicarse la obligación de luchar por la libertad de todo el colectivo es un adefesio que sólo en sus pensamientos existe. Venezuela desde la llegada de Hugo Chávez Frías cambio para bien de sus habitantes. La redistribución de la riqueza permitió mejorar las condiciones políticas, sociales y culturales de todo el pueblo. Las grandes misiones intentan llevar la mayor suma de felicidad posible a los ciudadanos y beneficiar en gran medida a los más necesitados.
No se puede aplaudir las acciones violentas de grupos disociados ni ser cómplice de quienes generan zozobra e incertidumbre para empujar al pueblo a una guerra civil. Atentar contra la vida del hombre desprecia cualquier razonamiento lógico y no tiene excusa ni perdón. Quien justifica la muerte para su beneficio debe ser condenado desde la moral humana. Asesinar a personas usando guayas y otros artilugios merece el repudio generalizado de todo hombre o mujer pensante.
El odio expresado por los manifestantes da tristeza. Jamás imaginamos que existieran en nuestro país entes carcomidos por tanto desprecio. Las redes sociales fungen como vehículo para drenarlo y así nos enteramos de sus pretensiones y deseos. Vemos como desde los círculos cercanos, personas a quienes creíamos amigos, nos insultan y desean mal. Buscan ofendernos para propiciar respuestas violentas.
Sin embargo, pregonamos la paz como único camino para vivir en armonía. El presidente Nicolás Maduro hace reiterados llamados al cese de la violencia. Estamos obligados a desterrar el odio para alcanzar la felicidad suprema.
Sierra Nevada /Mérida