Dos horas de cola para entrar al supermercado y otra más para acceder a la caja fue el tiempo que duró Rafael Pereira para cancelar los dos paquetes de harina Juana que estaban expendiendo en un supermercado de Los Nuevos Teques. Justo cuando sacaba su billetera, pidieron sus huellas y entonces le dijeron que no podía comprar porque ya lo había hecho esta semana en el Makro ubicado en la Panamericana.
“En mi casa son 6 bocas que alimentar, entre desayuno y cena con arepas y bollitos gastamos un kilo interdiario; entonces cómo me van a vender apenas dos paquetes. Esto es una locura”, se quejó el residente de La Macarena, quien no tuvo más remedio que devolverse a su casa con las manos vacías.
–Se suponía que las limitaciones eran por comercio, pero ahora con las fulanas captahuellas saben dónde compró uno y te dicen que no en el San Diego si ya compraste en el Central Madeirense, por citar un ejemplo. Lo peor es que como yo ignoraba esto perdí tres horas de mi vida en una cola; la situación es desesperante, yo entiendo que quieren ponerle el cascabel al problema de los revendedores, pero entonces que hagan estudios socioeconómicos a cada familia y se racione en función a eso porque no todos gastamos lo mismo.
Las amas de casa no son las únicas que sufren los embates de las medidas gubernamentales. Quienes viven de la venta de arepas y empanadas pasan las de Caín para acceder a su principal insumo: la harina de trigo precocida.
“Es un tormento. Primero hay que ver a dónde llega, después ver cuánto están vendiendo por persona y estar dispuesta a hacer la cola que no tarda menos de tres horas. Yo para una sola jornada de trabajo requiero de 10 kilos de harina y ahora están vendiendo dos y por semana. Si esa situación persiste voy a tener que bajar la santamaría porque con la escasez de trigo en los molinos no puedo suplir el menú con pan”.
Johana Rodríguez – [email protected]/@michellejrl