Una sucinta revisión de la historia demostraría que las obras y acontecimientos más auténticamente revolucionarios, fueron realizados casi invariablemente en una atmósfera de represión
Nada más repugnante que las protestas desencadenadas por las sanciones impuestas por el Gobierno a los medios empeñados en difundir informaciones desestabilizadoras. La reacción de los opositores hace evidente su ignorancia del verdadero propósito revolucionario del Régimen Bolivariano.
Consideremos, por una parte, que la sociedad solo cambia como efecto de la trasgresión de las normas establecidas, y por otra, que la censura constituye un estímulo para el objetor, cuyo principal objetivo al criticar desafueros del poder y denunciar las miserias debidas a su gestión, es joder hasta la saciedad, en el sentido de desestabilizar al sistema, alterar la paz espiritual de las personas que creían su universo debidamente ordenado e irritar, en particular a las autoridades, que establecieron el orden para ejercer y perpetuarse en el poder; obsérvese, entonces, que al suprimir la censura, despojamos al ambiente de un importante factor de cambio social.
Una sucinta revisión de la historia demostraría que las obras y acontecimientos más auténticamente revolucionarios, esos que rompieron los estándares consagrados y abrieron las compuertas hacia otros ámbitos de la cultura, fueron realizados casi invariablemente en una atmósfera de represión. Los ambientes excesivamente liberales propician la laxitud intelectual; la creación ocurre en un contexto de sangre, hierro y fuego, y no en el que ofrece blanduras complacientes. No por otra razón muchos de los mayores pensadores de la Historia le han dado soporte a la censura; sin embargo, lo hicieron de una manera críptica, simulando, en la exposición de sus ideas, respaldar al establecimiento político, cuando en realidad pretendían el cambio social; no podía ser de otro modo: de haber sido explícitos el poder habría acabado con ellos.
La estrategia de estimular la acción del poder político de cierta forma que lo socava, haciéndole creer que lo favorece, se inicia con Platón (429-347), un revolucionario larvatus, según lo revelan las más recientes indagaciones; equivocadamente, el filósofo ha quedado inscrito en la historia como un idealista conservador.
Apréciese el juego genial del griego: en La República propone que todas las obras de ficción pasen por el filtro del censor, con el fin de proteger a los niños de influencias que no deberían recibir durante su formación como ciudadanos; urge en la necesidad de controlar particularmente la poesía, que excita las pasiones, lo cual puede desencadenar en las personas una tendencia a omitir el cumplimiento de las reglas de la virtud y la justicia; pero el filósofo tenía suficiente conocimiento de lo que siglos después Freud expondría como uno de sus postulados teóricos: que donde hay un tabú, hay un deseo; en consecuencia, nada mejor que la prohibición de textos subversivos para incitar su lectura. Para dar el ejemplo al gobierno ateniense, Platón también ejerció la censura: quemó textos disidentes de Demócrito; a simple vista podría verse como un inadmisible atropello a su colega; sin embargo, su solapado propósito fue obligar a Demócrito a volver a escribirlos en forma más radical.
También clamó por la censura de la música; su lucidez lo llevó a advertir lo comprobado por la neurología dos milenios y pico después, esto es, que ciertos intervalos musicales, como los característicos del rock pesado y del rap, tienen el efecto de alterar el espíritu del escucha, induciendo al sujeto a transgredir las leyes (La República); en consecuencia, las composiciones basadas en esos ritmos debían ser vetadas.
La importancia como agente subversivo que Platón confiere a la música, lo lleva a atribuirle potencial para alterar la estructura del Estado (ibídem); las novedades musicales inevitablemente conducen a la disolución de las leyes e instituciones políticas fundamentales, razón suficiente para prohibirlas. No obstante, la investigación ha revelado que, en tanto exponía públicamente esas ideas retrógradas, Platón dictaba sus clases en la Academia recitando y meneándose siguiendo esos intervalos condenables, vale decir, como lo haría hoy un rapero; de aquí que algunos estudiosos encuentran en el pensador un remoto antecedente de las más notables figuras del rap y el hip-hop, como Nate Dogg, Dr. Dre, Daddy Yankee, Gogg Pound y otros.
La conclusión a partir de estas reflexiones, es obvia: al hacernos vivir “en un contexto de sangre, hierro y fuego” como efecto de la represión de la libertad de expresión, el fomento de la miseria y de la violencia y del saqueo inclemente del erario y de la propiedad privada, el Gobierno comunista sigue la estrategia platónica de estimular el cambio revolucionario al revés, vale decir, haciéndonos creer que es una dictadura opuesta a toda forma de libertad, cuando en realidad está minando los postreros vestigios del sistema oligárquico-capitalista e impulsándonos disimuladamente a avanzar a paso de vencedores hacia el glorioso Socialismo del Siglo XI. Y todo aquel opuesto esos nobles procederes, es, aparte de ignorante, un derechista vendepatria.
Rubén Monasterios