Este día quedará marcado en la historia de Chile. Un millón de personas, según cifras oficiales, se autoconvocaron en Plaza Italia y alrededores, pleno centro de Santiago. No hubo otra igual desde el retorno de la democracia. Sucede a una semana del estallido social que sacó a la gente a las calles. El disparador fue el aumento en el boleto del subte. Pero desde hace una semana los reclamos abarcan salud, educación y sistema jubilatorio. Los jóvenes fueron los protagonistas de la concentración. No se registraron incidentes.
Vestidos con la camiseta de la selección nacional de fútbol. Con la bandera de Chile atada al cuello, como una capa. Con pañuelos o barbijos, preparados para protegerse de los gases lacrimógenos o con máscaras sofisticadas, listos para una masacre. A pie, en grupos; en sus bicicletas. Levantando carteles con estas leyendas: “No más violencia”, “Milicos asesinos”, “Por una nueva constitución”.
En la periferia del Palacio de La Moneda, cerca de las tres de la tarde los locales comerciales bajaron las persianas. Las peatonales y las avenidas principales, como Alameda, se convirtieron en corredores que iban en una única dirección: a Plaza Italia. “Salimos porque en este país la gente humilde ya no tiene para comer. Esta sociedad es desigual. Hay una minoría muy enriquecida y gobiernan para ellos”, dijo Gisela, que caminaba junto a su familia rumbo a la convocatoria.
Otro que se preparó es Patricio, conserje en un hotel. Dice que antes del aumento del subte, que generó las primeras manifestaciones, los chilenos miraron con atención lo que pasó en Ecuador, donde el reclamo también arrancó por una suba en el transporte público: “Si Ecuador pudo, por qué nosotros no. Allí salieron los trabajadores y los indígenas. Aquí pensamos que cuando (Augusto) Pinochet dejó el Poder en 1990 y la Dictadura se terminaba, iban a gobernar para el pueblo. Pero no pasó. Fueron 29 años de aguantar”, dijo a Clarín antes de salir a la Plaza.
El trayecto hasta la convocatoria fue así: banderas mapuches agitadas por conductores, motoqueros con los brazos en alto, manifestantes de a pie al grito de “Chile se despertó”. Una especie de camaradería, un apoyo mutuo. Chile vivió esta tarde su propia comunión.
Había, también, algunos indiferentes: una mujer que se ofrecía al leer el tarot, vendedores de artesanías, repartidores de delivery. El helicóptero militar se hacía ver y escuchar: un vuelo rasante que generó abucheos e insultos.
“Nos cansamos de los abusos, nos cansamos de que la fiesta sea de ellos, del Gobierno, de los políticos. Nos tenemos que endeudar para estudiar. Mi deuda con el Estado para financiar mi carrera es de 24 millones, lo que gana un diputado al mes. Veinte años de deuda para estudiar equivale al sueldo de un político. Basta”, dice Sara. Visten la camiseta de Chile, tienen miedo de que los militares vuelvan a reprimir. El Gobierno sacó a la fuerzas de Seguridad a la calle por primera vez desde el retorno de la democracia.
Por Santander hasta el Parque Bustamante. Por Moneda hasta el Cerro Santa Lucía. Por José Miguel de la Barra hasta Parque Forestal. Son los espacios verdes cercanos a Plaza Italia y al ingreso de Metro de Baquedano. Hacia las cinco de la tarde la zona estaba colmada de gente, la mayoría jóvenes que reclamaban por sus padres: “Por tu pensión de mierda, viejito”, rezaba el cartel que llevó una chica.
Los carabineros no se hicieron ver, salvo en la periferia y en grupos. La gente fue preparada: una solución de bicarbonato en la mochila y gajos de limón para mitigar el efecto de los gases. A diferencias de las manifestaciones de los últimos días, esta vez las fuerzas de Seguridad no reprimieron. ¿Quién se atrevería a hacerle frente a un millón de personas que reclama por sus derechos?