La situación económica y social es apremiante. Se requiere del consenso de muchas voluntades para poner en marcha al país que está paralizado desde hace mucho tiempo, entretenido en la contienda política, mientras nos ahogan los más diversos problemas: el desabastecimiento, el desempleo, la inseguridad y la inflación
Francisco José Virtuoso SJ
Los venezolanos estamos cansados de la polarización artificialmente inducida que nos obliga a vernos como dos países distintos cuando en realidad somos una nación plural. Tenemos mucho en común, pero también diferencias políticas, como sucede en otros países.
El diálogo es el único camino posible para superar en forma pacífica nuestras diferencias. Hay que empezar por bajar el nivel de insulto y agresión en el lenguaje, de parte y parte. Los medios de comunicación del Estado deberán cambiar su política de criminalización y de parcialización. En la Asamblea Nacional hay que garantizar una discusión civilizada entre las posiciones disidentes.
La situación económica y social es apremiante. Se requiere del consenso de muchas voluntades para poner en marcha al país que está paralizado desde hace mucho tiempo, entretenido en la contienda política, mientras nos ahogan los más diversos problemas: el desabastecimiento, el desempleo, la inseguridad y la inflación. Los empresarios, los sindicatos, las organizaciones sociales, las universidades, tenemos que exigir que el Estado y sus representantes que escuchen las principales demandas de la población y las encaucen positivamente. Para ello se requiere escuchar a todos y gobernar para todos. El diálogo y la convivencia política tienen que ser demandados por toda la sociedad.
En la actualidad estamos atrapados en un callejón sin salida. El oficialismo se niega al diálogo como estrategia para fortalecer la diferencia y la identidad propia, a la vez que se castiga a la disidencia interna y se enfrenta con violencia a los representantes de la oposición. Se trata de la vieja técnica de crearse un enemigo externo frente al cual hay que agruparse y defenderse. Por su parte, el liderazgo de oposición está obligado a defender lo que considera sus legítimos derechos y los de sus votantes. Para ello tiene que hacer uso de los mecanismos legales existentes, de la protesta y del discurso firme y confrontacional. También tiene que hacer frente a los ataques y a la propaganda desmoralizadora de quienes los fustigan. En esta situación, mostrar alguna propensión al diálogo, que siempre implica ceder en algo, puede ser percibido con sospecha por los espectadores y como debilidad por el oponente.
No es nada fácil salir de este círculo vicioso, aunque todos estemos convencidos que nos conviene. Antes de que sea muy tarde es necesario destrancar el juego, abriendo una nueva ventana. Es aquí en donde la comunidad internacional puede desempeñar un papel clave, como en los años 2003-2004. Los cancilleres de Perú, de España y el secretario general de la OEA están ofreciendo sus buenos oficios. Hay que tomarles la palabra.