Iván Gutiérrez
Toda discusión política está llena de trampas. A menudo sus actores esgrimen posturas que poco tienen que ver con lo que realmente están pensando, atendiendo más el interés inmediato.
Otro recurso es refugiarse tras “las grandes verdades”, en las cuales no se crea a pies juntillas, tal y como se quiere hacer ver, pero que sirven para aparentar lo que no se es, todo en función de aquel interés inmediato.
En la izquierda, en su interior, a todos aquellos recursos se suman las descalificaciones o, simplemente, la calificación, lo cual es una manera de “ matar en sus inicios” cualquier intento más o menos serios por discutir cosas fundamentales para un determinado proyecto político.
Lo hizo Mao, por ejemplo, en la China de la Revolución Cultural, convocando a los jóvenes a luchar contra una supuesta derechización. Aquel país había atravesado por un período de hambrunas significativas por el número de víctimas que causaron. Fue hambrunas en un país socialista y en tiempos de paz, es decir, ni siquiera podía levantarse el argumento de una situación especial. Simplemente, aquellosmuertos por hambre, habían sido sacrificados en el altar de la ideología y el culto a un líder que, aun siendo grande y glorioso, también se equivocaba.
Visto lo sucedido en aquel intenso debate, la mayoría del pueblo Chino no estaba de acuerdo con las orientaciones de políticas que se desarrollaban desde el gobierno. Una vez muerto Mao, aquel país asumió una reforma drástica en su sistema económico que no solo acabó con la hambruna, sino que logró sacar de la pobreza a más de 600 millones de chinos.
Sin embargo, aquellas reformas, que habían sido intentadas antes de la muerte del gran líder, se estrellaron contra sus ideas, retardando la conversión de su país en un actor sumamente importante en el tablero mundial.
El principio de aquellas reformas de carácter modernizador para China era muy sencillo: A la pregunta, para qué es el Socialismo, respondían: para que la gente viva mejor. De esa manera adaptaron toda su estrategia a esa orientación, modificando las líneas del pensamiento socialista que ubicaba el centro de toda estrategia de desarrollo en la industria pesada.
Fue como se hizo en la “Madre Patria del Socialismo”, La Unión Soviética. Las críticas al Stalinismo señalaban que ella era una estrategia que importaba al Estado, más no a la gente. Como sabemos, la URSS se derrumbó, entre otras razones, por no ocuparse de la gente; por no centrarse en la atención de sus necesidades materiales y espirituales.
Para el Estado Soviético era muy importante enviar satélites y naves tripuladas al espacio. Fue allí donde se establecieron competir con los Estados Unidos, pero no producían mantequilla suficiente para que sus ciudadanos se alimentaran tal y como aspiraban a hacerlo.
Por supuesto, el régimen Soviético no fue pura pérdida y quizás buena parte de su mala prensa haya sido inducida por sus enemigos. Pero, lo cierto, es que en Rusia nadie, ni siquiera los comunistas, se están planteando regresar al sistema Soviético.
Pero también está lo espiritual, aspecto que la izquierda, un sector de ella, tiende a subordinar ante otros logros o líneas estratégicas como la igualdad económica y la propiedad colectiva. Para algunos la libertad puede ser sacrificada en aras de alcanzar logros en aquellos aspectos. Lo cual se ha demostrado, es una absoluta y total equivocación pues sin libertad plena no se podrán alcanzar metas importantes en aquellos ámbitos.
La izquierda, casi toda, se mueve en términos absolutos: o quiere debatirlo todo o es capaz de sacrificar libertad en aras de los grandes objetivos estratégicos. La verdad es que ante posiciones tan radicales es muy difícil alcanzar logros importantes en una discusión sobre el curso de un proceso.
Y es necesario discutir, no solo porque ello implique una máxima del género humano, su capacidad de reflexión, sino porque los procesos reales requieren de ideas que los orienten para ser mucho más eficaces. Pero no llamemos ideas a los gritos cargados de autodefiniciones revolucionarias, sino aquellas dirigidas a crear un ambiente cultural que favorezcan el logro de lo que se ha planteado conquistar. Ideas que sean asumidas por convicción y no determinadas por el interés inmediato de cualquier tipo.
Cuando lo que domina es la apariencia, la conveniencia, los sistemas o modelos no avanzan. Y no lo hacen porque carecen de una masa crítica que los impulsen; y, esa masa crítica, debe tener ideas que proponer, de tal carácter, que sean capaces de impulsar a buena parte del cuerpo social hacia los objetivos que se quieren alcanzar.
Cuando no es así, reina la hipocresía y el cinismo, acompañado del miedo a expresarse por las consecuencias materiales que ello pueda producir.
De esta manera los objetivos del modelo son desplazados por lo que expresan individuos y grupos, perdiéndose de vista todo lo que originó la creación del movimiento que permitió que el modelo se hiciera gobierno.
Por eso es correcto y orientador preguntarse a cada momento ¿Para qué es el Socialismo?