El pasado 05 de marzo, cuando nos enteramos de la muerte de Chávez, algunos analistas sugirieron el inicio de un proceso de transición democrática. Articulistas indicaron paralelismos con el proceso chileno o español. Resumiendo, se señaló que la muerte del caudillo podía suponer el inicio de una nueva etapa de apertura, diálogo; restitución de libertades.
Pasados cinco meses del evento, la experiencia nos ha revelado que el fallecimiento de Chávez no significó, en ningún sentido, un proceso de transición hacia la democracia. El manejo de las elecciones del 14 de abril, el embate violento en la Asamblea Nacional quince días después, el allanamiento de la inmunidad parlamentaria de Mardo, la venta de Globovisión, las sanciones a medios de comunicación independientes, el auto de detención a Oscar López, la persecución a Primero Justicia, los abusos del poder judicial. En fin, resulta difícil hablar de transición democrática.
Siguiendo la línea de análisis acogida por quienes aún sostienen la teoría de la transición democrática me pregunto ¿Por qué la muerte de Franco significó apertura democrática y, en Venezuela, la desaparición física de Chávez no resultó así? Evidentemente este problema no se resolverá en un artículo de opinión; sin embargo, me atrevo a lanzar una hipótesis: la diferencia radica en la naturaleza de ambos regímenes.
El régimen franquista fue una autocracia tradicional; lo que comúnmente conocemos como dictadura. En este tipo de regímenes el tirano utiliza las fuerzas del Estado para su beneficio personal – para enriquecerse – y, desaparecida su figura, la vocación modernizadora de su entorno tiende puentes para negociar la restitución de un régimen de libertades. Las dictaduras militares tradicionales son crueles y viles con aquellos que se les oponen; sin embargo, quienes permanecen en silencio y se dedican a desarrollar una vida aislada de lo político no tienen mayores inconvenientes.
El régimen instaurado por la Revolución Bolivariana tiene similitudes con el sistema descrito en líneas anteriores. Pero existen otros rasgos que la asocian con regímenes totalitarios. Su intención, revelada en su proceder, es controlar la sociedad entera. La política, la comunicación masiva, la educación, la economía, la cultura, el deporte; no existe ámbito que no se vea infectado por el virus totalitario. Estos regímenes utilizan procedimientos democráticos para llegar al poder y, aunque su élite puede enriquecerse y obtener beneficios, existe un marco ideológico que moldea su actuar y justifica sus injusticias. Es común que este tipo de sistemas tomen banderas como “la construcción de un nuevo orden” o “un creación de un hombre nuevo”.
De modo que, cuando nos enteramos que murió Chávez, la opción de una transición democrática a lo español o lo chileno era una opción deseable, pero poco probable. Este tipo de solución solo era posible si existía la vocación modernizadora de quienes quedaron en el poder y esa condición, lamentablemente, no era – ni es – real en las filas de la Revolución. El primer reto que tenemos como sociedad es asumir la realidad. Reconocer que frente a nosotros tenemos a un grupo de personas que no están abiertas al diálogo ni a la inclusión. Entiendo lo dramático del diagnóstico. Reconocer este escenario supone reflexionar sobre los medios de lucha.
El ocho de diciembre, de nuevo, acudiremos a las urnas en completa desventaja. Conocemos la realidad: en Venezuela se vota, pero no se elige. Reconocer el monstruo que tenemos al frente supone participar en las elecciones a manera de resistencia. Que los comicios sean una oportunidad concreta para desnudar al régimen, para mostrarlo tal como es. Pero esto solo será posible si la dirigencia nacional le imprime carácter y fuerza a la defensa del voto. Sino, la vía electoral servirá, una vez, más para legitimar al régimen y para que la aplanadora revolucionaria avance sobre nosotros.
Vicepresidente de la Asociación Civil FORMA
Paola Bautista