Un político no es más que un servidor público, al que elegimos para que sirva a la comunidad y le retribuya en obras la confianza depositada por el elector.
Lamentablemente en este mundo los conceptos tienden a perder sentido y se convierten en simples mamaderas de gallo que tomamos a la ligera. Acá, por ejemplo, el político no aspira a llegar a un cargo para servir a la comunidad, sino espera que la comunidad le sirva para llegar al cargo político que apetece. Obviamente, montado luego en el coroto, se convierten en divos, en los Justin Bieber de la política; ocupando puestos que luego le quedan algunas tallas más grandes que la suya.
¿Cómo debería ser la cosa? Muy fácil, aunque hablemos utópicamente, una persona con ansias de servir y trabajar por la comunidad se dedica a poner su empeño en mejorar su entorno, de esta manera, se gana el cariño de las personas, y ese compromiso, así como los logros conseguidos, se convierten en un movimiento que se querrá masificar. Entonces, ahora sí, el llamado a optar por un cargo es consecuencia de su vocación para ser eso, un servidor público; garante de la ampliación de un concepto de servicio a toda la comunidad.
Lamentablemente en este mundo al revés los políticos quieren servir sólo para las cámaras, para que la gente sepa que un desconocido existe, y merece ser llevado a una silla cómoda, lujosa, en la que pueda beneficiarse del dinero de la comunidad mientras esta se mantiene pasando roncha.
Sin liderazgos naturales, y por el contrario, fabricados con notas de prensas y demagogia, el país se encuentra en una gran encrucijada. El futuro está más negro que la capa de Batman, y esto porque del lado oficialista no quieren soltar ese coroto por nada del mundo, y en las filas opositoras, con el cuento de la “Unidad”, nos están condenando, a los electores, a soportar personajes nefastos de la política nacional. Corruptos confesos y muy bien identificados por la comunidad que enarbolan la bandera de la democracia, de la honradez; pero que deberían llevar en cambio, una bandera negra con una calavera y dos huesos cruzados.
La situación del país nos ha condenado a varias circunstancias detestables. La primera, tener que elegir siempre lo peor, con tal de no regalar un puesto a las piraña rojas. Y en segundo lugar, soportar que nos traten como simples esclavos de su propiedad y no ciudadanos. Los pactos realizados por la oposición, evidentemente ante el temor de perder espacios contra el chavismo, nos convierten en objetos dentro de zonas que se pasan de manos, de un partido a otro. El ciudadano muchas veces lejos de entender este tema, se deja cegar por un llamado a “Unidad” que, aunque es nuestra única herramienta de supervivencia, termina condenándonos a soportar, como dije arriba; personajes viciados, amantes del poder y nunca del servicio a la comunidad. El ejemplo más claro de todo esto es el futuro político de Altos Mirandinos, el cual no pinta para nada bueno, por lo menos por los próximos cuatros años. Y quizás preocupa más saber que el periodo presidencial de Maduro no se acabará ni para las próximas elecciones, luego de las de diciembre, por lo que, seguramente, tendremos que votar, una vez más, por el menos malo.
Estamos presos en una maraña política que, a simple vista, no parece tener solución. El oficialismo continúa sacándole el jugo al único argumento para convencer a las masas: El difunto los está viendo desde arriba, luego de expropiar las instalaciones del cielo y coronarse en el imaginario oficialista, como el señor todopoderoso que dirige nuestros destinos y ordena que nos calemos a todos los bates quebrados postulados por el oficialismo. Y por el lado opositor, como vengo comentando, la cosas, en muchos casos, no pinta mejor.
Qué bueno sería ver nuevos liderazgos surgir de las comunidades. Líderes naturales que no aspiren a ser políticos, sino que la política necesite de ellos. Qué bueno sería que las personas que han apoyado estos 14 años de fraude, premiaran a nuevos liderazgos para trabajar, no por la “robolución”, sino por el pueblo. Y qué hermoso sería que los corruptos que también están camuflados en la oposición, recibieran el rechazo que les toca por ser verdaderos apátridas como los enchufados rojos.
Necesitamos darle un cambio a la política nacional. Necesitamos que nuestro voto sea para colocar a servidores públicos, no para acolitar la sinvergüencería de aquellos que sólo aspiran robar en su periodo. El país está enfermo de elecciones, de partidos, de politiqueros funestos; de simple proselitismo y demagogia elevada a la máxima potencia. Estamos atrapados en medio de un juego político en el que sólo se beneficia nuestro empleado; el político.
Mientras las arcas de unos y otros se llenan, la de los rojos, todos, en nombre de la revolución; y en la oposición, la de muchos falsos demócratas que terminan convertidos en magnates de propiedades difícilmente explicables para un funcionario público (muy al estilo Diosdado), el pueblo, el elector, se mantiene en sus penurias, en su anhelo de calidad de vida y de avances en todo sentido. El país en un drama shakesperiano, en el que abunda la traición, la muerte y el desengaño.
Se acerca velozmente diciembre, y seamos realistas, a no ser que surja un milagro, la mayoría de las alcaldías tendrán sólo manos peludas disfrutando del lujo que representa ser político, y si no que lo digan los oficialistas que hasta centros comerciales tienen.
El día que miremos a los políticos, no para arriba, sino de iguales, ese día cambiará la política nacional. En el momento que entendamos que no podemos elegir a personas para que roben, sino para pagarles un sueldo y que estos, en retribución, gerencien, ejecuten obras; ese día tendremos un país modelo. Mientras tanto, nos toca soportar calladitos, pues finalmente, necesitamos quien ocupe esos cargos, aunque mal paguen.
TROMPO EN LA UÑA / Fernando Pinilla