La otra tarde, un perezoso llegó al árbol de aguacates de mi casa ubicada en San Antonio de los Altos. El espectáculo fue completo, ya que la copa de dicho árbol queda cercana al balcón de la sala. Al ver al indefenso e inocente animalito, no pude olvidar mi columna del domingo 7 de abril del presente año, en la que denuncié el drama de este miembro de la fauna venezolana y cuasi- emblema de los Altos Mirandinos.
Venezuela es un país disociado de sus realidades. El resultado de estos últimos 14 años y, parte de una nueva mentalidad presente en el colectivo, nos hace ver cada cosa desde una óptica distinta; al punto de cuestionar lo correcto e incorrecto que dicta el propio sentido común. La columna mencionada un poco más arriba, aunque denuncia con números reales y aterradores la realidad de muchas especies de la fauna nacional, y alerta -luego de un pequeño trabajo de búsqueda de información en los entes competentes- del peligro inminente que corre esta especie por el impacto de la mano humana sobre su población en San Antonio de los Altos (por sólo citar un ejemplo) no recibió respuesta alguna, ni de civiles ni de autoridades; a diferencia de mis escritos de corte político. ¿Por qué? Porque vivimos en el país de la indiferencia.
Leyendo la última revista National Geographic (para Venezuela se trata del número de Mayo, pues llega con cinco meses de retraso al país) no pude evitar hacer varias comparaciones con nuestra situación. En el artículo titulado “Romper el silencio” se narra el terror que vive Zimbabue, justo en este momento, en manos de un tirano octogenario llamado Robert Mugabe; quien, tal como sucedió y sucede en nuestro país, cercenó la libertad de expresión, convirtió los medios en boletines informativos gubernamentales, expropió a la empresa y la propiedad privada en nombre de un nacionalismo exacerbado. Militarizó al país y convirtió en enemigo político a todo el que se opusiera a su régimen nefasto. Los pasos de Mugabe son parecidos, en varios aspectos, a los del difunto. La única diferencia radica en la actitud combativa del pueblo que, aunque no impidió la consolidación del terror y la decadencia, sigue de pie luchando y clamando en contra de un silencio impuesto.
Quizás la manera en que usan las armas en Zimbabue no es la correcta, o quizás no vivo su realidad para comprender lo que motiva esa reacción ante la masacre, la pobreza y hasta las violaciones masivas de mujeres por parte de los miembros del gobierno. Lo que sí es cierto es que en Venezuela nos pisan cada día y seguimos indiferentes. Lo que es cierto es que mientras nuestro país nos importe poco, mientras no miremos a todos nuestros problemas con la importancia que ameritan; el drama se acrecentara.
Al mirar al perezoso que nos visitó, fue difícil no desear que se quedara a vivir en los árboles de la casa; pues su futuro es incierto, víctima de la deforestación sin control en el municipio y en el país en general. Somos indolentes ante el drama que vive esta especie, a la incertidumbre de no saber, a ciencia cierta, si llegará al día de mañana. Sin embargo, reflexionando un poco más, se hace difícil no pensar que, al igual que el perezoso, nosotros tampoco sabemos si el hampa nos permitirá abrir nuevamente los ojos, y esto, ante nuestra actitud pasiva, permisiva y sin querer, cómplice.
Alexandra Fuller, escritora del artículo en la National Geographic, relata que aún con el drama que se vive en Zimbabue, el apego de los zimbabuenses es desmedido por su tierra. Que aún sufriendo siguen en su país, de pie, en la lucha por un mejor mañana que quizás jamás llegue. Pero a diferencia de ellos, nosotros lo tomamos todo a la ligera. Finalmente, lo importante es lo que me afecta directamente. Lo de verdadero y justo valor es sólo aquello que puede tocar algunas de mis fibras, de resto, miramos con indiferencia y pasividad los problemas de los demás; porque en conclusión, cada quién deber resolver sus rollos. Esta máxima puede ser cierta, pero mientras nos mantengamos disociados de nuestros problemas, de los del resto de venezolanos y del país en general; la crisis sembrada por este gobierno será insuperable para una generación que habla de nacionalismo pero no lo termina de demostrar. ¿A quién le duele Venezuela? ¿A quién le duele la burla de un grupo de corruptos hacia el pueblo? Me continúo preguntando ¿Dónde están las madres de los niños que no tienen leche para comer? ¿Dónde están los habitantes de un país en el que se debe hacer colas para comprar hasta el papel toilet? La respuesta es: callados, corriendo de un lado a otro para comprar harina PAN y papel toilet… ¿acaso la arepa se rellena con éste?
El que no se preocupa por los problemas nacionales, por su entorno y por sus semejantes, vive divorciado de los motivos de nuestra situación actual. Al que le da igual la deforestación indiscriminada que se hace en el país menos ecológico de Latinoamérica y que condena a cientos de especies, se encuentra disociado de la realidad. El que ve a su alrededor y piensa que cada drama individual no afecta al colectivo, tiene un problema de identidad y de humanidad. Quizás ese sea el motivo para que luego de 14 años de fracaso, mentiras, demagogia y corrupción, nos mantengamos adormecidos, encerrados en nuestras crisálidas sin mirar hacia ningún otro lado que no sea hacia nuestros propios intereses. Ser parte de un conglomerado nos hace a cada uno responsables de lo que pueda sucederle al resto. Nuestras decisiones individuales pueden afectar a más personas de lo que creemos. Un cambio de actitud individual puede ser la llave para el ansiado cambio que anhelamos.
“El aleteo de las alas de una mariposa puede provocar una tormenta al otro lado del mundo” Proverbio Chino.
Fernando Pinilla