
El pasado viernes fui al supermercado y a varios abastos. Intenté encontrar arroz normal, blanco, sin sabor; pero fue imposible dar, siquiera, con una bolsa de cualquier marca. No hay.
Ese mismo día busqué algunos de los otros rubros de la canasta básica y -ya no para mi sorpresa, porque se convirtió en algo normal, casi costumbre- obviamente, no di con ninguno. Tampoco hay. En medio del calvario, claro está, no faltó quien dijera que mejor iría el sábado al mercadito oficialista (ya se había corrido la bola que harían el milagro de instalar uno) de esos que hacen un fin de semana sí, los próximos cinco no y en los que, además, se debe hacer una cola monumental para adquirir alguno de los productos que, de manera populista, se le vende al pueblo. Obviamente te olvidas de elegir, llevas lo que hay, de la marca que hay y como ellos quieren venderlo.
En el transcurso de la semana, estando en un importante diario de circulación nacional, me llené las manos de pintura al frío y tuve que dirigirme a lavármelas en uno de los baños. Luego de enjabonarlas y enjuagarlas, fui directo al dispensador de papel con la intención de secarlas; allí me percaté que no había tal implemento, por lo cual busqué a la persona encargada de mantenimiento y se lo notifiqué. La respuesta es obvia, no había papel para secar mis manos, porque no se consigue en el país.
Terminada la jornada me convidaron un café, si es que a aquello se le puede denominar de tal manera. Aquel “guayoyo” no era el resultado del gusto particular y caprichoso de una persona, por la concentración del elixir del fruto del grano de café; era por ahorro. Ya que éste no se consigue en los anaqueles, es preferible tomar una infusión con el leve extracto de su esencia. Posteriormente, cuando se dieron cuenta que sólo quedaba una bolsita de azúcar (de las pequeñitas) y un sobrecito de edulcorante artificial, se preguntaron cuál sería mi gusto. Mi respuesta fue, al estilo venezolano… ¡¡Lo que haya!! El motivo de aquella carencia: No se consigue azúcar con frecuencia.
Estando luego de visita en una importante editorial y reunido con uno de sus directivos, me comentaba que se encontraba revisando un material que les había entregado y del cual no podían dar su opinión los involucrados en la toma de decisiones, debido a la carencia de resmas de papel bond en el país. Situación que les obligaba a enviar la misma copia que tenía la persona en aquel momento, algunos días después, para de ser evaluada por el resto de personas y así no gastar papel en exceso. Lógicamente había sido impreso en papel reciclado (ya utilizado por una de sus caras) y esto no sólo por ecología.
El fin de semana la cría de un rabipelado, Didelphis Marsupialis (Marsupial) llegó a la casa; según dedujimos, por haber caído de la bolsa del cuerpo en la que las madres suelen llevar a las crías. El animalito indefenso emitía un extraño ronquido y mi novia sintió el deseo de encontrar alguna persona o institución que se encargara de casos como aquel; tal como sucede en otros países, en los que los animales son recogidos, llevados a refugios, alimentados, recuperados y luego soltados en su hábitat natural al estar listos para llevar una vida normal. La decepción para ella fue total. No había nadie que supiera qué rayos hacer con dicho animalito, porque en Venezuela, no hay.
Pero entonces ¿qué se consigue? Muchas cosas, por ejemplo: inseguridad, con mucha seguridad. Ninguno de los planes del gobierno ha surtido el efecto para luchar contra la presencia del hampa que se sigue adueñando de las propiedades privadas y de las vidas de las personas. Desabastecimiento, seguramente, podemos encontrar. El país es un claro ejemplo de las malas políticas de administración a la que estamos sometidos. Que no haya leche, ni para los niños, así como tampoco carne, aceite, pollo; que todos estos rubros vengan, cuando se consiguen, del extranjero, es una muestra del divorcio que ha impuesto el gobierno con la empresa privada, con las políticas agrarias necesarias para lo más básico que necesita un país, y más uno que se jacta de ser soberano e independiente: poder abastecer y aplacar las necesidades básicas de alimentos y el resto de insuficiencias
Se puede conseguir y, en abundancia, una inflación trepidante, creciente y peligrosa; la cual devora el salario de los venezolanos y cualquier ajuste que se haga al sueldo mínimo. Una inflación que se acrecienta y que desemboca en una crisis tangible, negada únicamente por los miembros del gobierno que se hacen de la vista gorda, inútil e ignorantemente. El propio Heinz Dieterich, ideólogo del Socialismo del Siglo XXI, advierte que «dada la incapacidad total del gobierno venezolano para enfrentar los problemas del país, es poco probable evitar su colapso». Dieterich compara las medidas del gobierno del finado y el actual, con las tomadas por el General Perón y encuentra los notables símiles en aquellos malos pasos dados por el dictador.
Y continúa el, ahora, despreciado por los militantes rojos (inexplicablemente, porque ofrece luces del camino a seguir si se quiere mantener la hegemonía) criticando el Plan Guayana Socialista, el Control Obrero, las Comunas; a las que define como “el más grande disparate de los Rasputines socialistas de Miraflores, más que quimeras en una economía capitalista de mercado como la venezolana. Ahora toda esta fantasía implosiona», termina por agregar.
Sin embargo, ante el asombro de algunos: sí, sí podemos encontrar algunas cosas más en el país. Podemos, además de lo arriba mencionado, encontrar hambre, frustración, miedo, desesperanza, dolor, y hasta arrechera; una que nace como resultado de lo anterior. Venezuela es el país del no hay. No hay turismo, no hay producción de ningún tipo, no hay avances reales, no hay justicia, no hay democracia, no hay dinero… pero tenemos patria.
Fernando Pinilla