Luis Daniel Álvarez V.
El pasado 21 de marzo, el continente americano evidenció uno de los episodios más lúgubres de la historia diplomática venezolana, cuando al momento de votar la posibilidad de que la sesión en la que tendría un derecho de palabra la diputada María Corina Machado, la representante de Venezuela indicó que optaba por la propuesta de «privada con transparencia total».
La frase no resulta extraña al venir de la representante oficial de un gobierno que acostumbra a ser poco claro en sus decisiones y sus medidas, imperando siempre un peligroso espíritu de discrecionalidad. Lo preocupante fue la reacción de los presentes, quienes no sólo se rieron de la disparatada expresión, sino que prefirieron que la sesión fuese privada. Probablemente era lo que faltaba para considerar a la Organización de Estados Americanos como un ente sin ningún tipo de rumbo y objetivos. El episodio demostró que la institución parte de premisas erradas y vive una gran desorganización, además de que los intereses, tanto económicos como políticos, se imponen sobre los principios.
No contentos con ello, una vez la sesión fue privada, se propuso excluir el tema venezolano y varios de los países que manifestaron que la sesión debía ser pública, se abstuvieron en la votación. Esta conducta evidencia que los representantes en la institución, salvo valientes excepciones, se comportan de una manera cuando los ven y de otra distinta si no los observan.
Triste final para una organización que perdió el rumbo. «El privado con transparencia total» no es sólo el incongruente significado de la política exterior venezolana actual, sino también el bochornoso espectáculo de una institución, incluyendo a su secretario general, que ni siquiera públicamente pueden ser transparentes.