El “no” en México está cargado de indignación y frustración. Millones de mexicanos, en las calles y en las redes sociales, están pidiendo la renuncia del presidente
Jorge Ramos
La palabra más fuerte en cualquier idioma es “no”. Significa un rompimiento, un alto, un ya basta. Ese “NO’ –con mayúsculas- ha estado muy presente en las protestas en México contra el presidente Enrique Peña Nieto y en las manifestaciones contra el racismo en Estados Unidos.
El “no” en México está cargado de indignación y frustración. Millones de mexicanos, en las calles y en las redes sociales, están pidiendo la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto por su incapacidad para controlar la violencia y por el sospechoso financiamiento de la casa de su esposa por parte de un contratista gubernamental. En un país donde reina el “sí”, el “sí señor” y el “sí señor presidente”, este “no” a Peña Nieto es casi revolucionario.
Las protestas son absolutamente legítimas. Desde que Peña Nieto llegó al poder más de 31 mil mexicanos han sido asesinados, según las propias cifras del gobierno. La matanza de 22 civiles en Tlatlaya por parte del ejército mexicano y la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa demuestran negligencia y mucha torpeza para gobernar. No, Peña Nieto no los mandó matar pero sus fallidas políticas facilitan, y hasta protegen, este tipo de crímenes.
Lo de la casa blanca mexicana sigue sin aclararse. No es caso cerrado ni se le puede dar carpetazo. “Un contratista que construyó y financia la casa de la familia del presidente Peña Nieto ha ganado una serie de importantes contratos gubernamentales desde que el líder mexicano llegó al poder hace dos años”, reportó el diario Wall Street Journal esta semana (en este artículo). Ya es un escándalo internacional.
El periódico detalla la participación del grupo Higa en la construcción de un acueducto de 3,400 millones de dólares y de un museo de 460 millones de dólares en Puebla, además de la remodelación del hangar presidencial, entre muchos otros contratos. El conflicto de interés por parte del presidente es grosero y gigantesco. ¿Es mucho pedir una investigación independiente y una lista de todos los contratos gubernamentales que ha ganado la corporación que financia la casa de la esposa del presidente?
Pero ante este tráfico de influencias y favoritismo, y ante la rampante inseguridad en el país, la única manera de quejarse que tienen millones de mexicanos es salir a las calles, protestar en las redes sociales y a decirle “no” al presidente. No basta pero hay que empezar con algo.
En Estados Unidos las protestas son por racismo. Punto. La elección del primer presidente afroamericano, Barack Obama, no convirtió a Estados Unidos en una sociedad post-racial (donde no importa el color de piel). El famoso cineasta Spike Lee me dijo en una reciente entrevista que hasta él es frecuentemente discriminado y que, muchas veces, los taxis en Nueva York no se detienen para llevarlo debido a su raza.
Este año dos afroamericanos desarmados murieron a manos de policías blancos; Michael Brown baleado en Ferguson y Eric Garner estrangulado en Nueva York. En ambos casos, los jurados decidieron que no había razones suficientes para acusar a los policías de asesinato. La gente, con razón, ha salido a las calles de todo el país a protestar por veredictos que les parecieron injustos y racistas.
La declaración que más me impresionó fue la del alcalde de Nueva York, Bill de Blasio. El, de origen italiano, confesó en una conferencia de prensa que se preocupaba por la vida de su hijo, que es afroamericano. “Mi esposa y yo hemos tenido que hablar con (nuestro hijo) Dante sobre los peligros que enfrenta”, explicó, “y cómo cuidarse si se encuentra con la policía que, se supone, debería protegerlo”. Las cosas están mal cuando el alcalde de una ciudad como Nueva York no confía ni siquiera en la policía bajo su mando.
El “no” es una palabra muy poderosa. En su bellísimo libro Un Hombre, la periodista Oriana Fallaci cuenta como Alexandros Panagoulis -el líder de la resistencia frente a la dictadura griega a principios de los años 70- la lleva a una colina del Peloponeso. Ahí le muestra como los rebeldes habían escrito tres grandes letras, OXI, que en griego significa no. El le llamó a ese símbolo de resistencia “el más bello monumento a la dignidad humana”.
Las protestas en México y en Estados Unidos han sido solo eso: protestas, expresiones de descontento y desesperanza. Es posible que nada cambie en México. Es posible, también, que el racismo siga siendo un elemento predominante en la cultura estadounidense. Pero todo cambio comienza con un “no”. No sabemos lo que sigue. Pero sí sabemos que no nos gusta lo que tenemos.