Y llegó el aumento. Lo hizo, como siempre, en medio de la más inhóspita y desagradable inopia. Como suele suceder era esperado con la necesidad apremiante de venir a ser bálsamo para un bolsillo golpeado, vacío, para una billetera cada vez más desocupada y, claro está, desesperada.
Vinieron los días previos, pomposos, con las amenazas, estilo Chapulín Colorado, de: “si lo hago”. El grueso del país esperaba (aunque algunos no lo dijeran) ese bendito primero de mayo para conocer el monto que vendría a rescatarnos de la limpieza generalizada que nos afecta. Lamentablemente para los que estamos claros de la realidad, las expectativas no eran muchas, simplemente la curiosidad de saber cuántas idioteces más se pueden decir en cadena y en cuánto quedaría el salario más alto, según el gobierno, de Latinoamérica.
6.746,98 bolívares es el monto definitivo que pasaron a ganar los venezolanos a partir del primero de mayo, monto que viene precedido por una serie de ajustes obligados y consecutivos por intentar mantener contenta a la segunda clase social venezolana, y la más numerosa (están los ricos y la unificación de la clase media y baja en una sola, los pelabolas, es decir todos nosotros). Cabe la acotación que dichos ajustes no son muestras de magnificencia de parte de los treinta tipos que nos mantienen en la indigencia desde el gobierno, sino por el contrario una estrategia desesperada para ocultar, en teoría, la extrema pobreza a la que nos han condenado a vivir. Sin embargo la inflación, esa enemiga nuestra que surge de la mala administración y de la poca productividad del país y escasez de capitales, no perdona.
Claro está, algunos lame botas declararon ipso facto que el gobierno protegía con dicho aumento el poder adquisitivo del venezolano, poder que está entredicho si tenemos en cuenta que la canasta básica continúa en ascenso subiendo 4,9% en marzo y ubicándose en Bs. 25.806,32, lo que muestra un evidente desbarajuste en la economía, sumado a la escasez y la realidad que se vive en un país en donde la mayoría de los productos no tienen nada de “justos” en sus precios, y menos si estos son resultados de la reventa creada por el gobierno, en la que se llega a pedir hasta diez veces o más por el precio de un producto.
La cháchara para anunciar el aumento fue larga, precedida de amenazas, acusaciones, de, como siempre, echarle la culpa a alguien fuera del gobierno, en esta oportunidad, Lorenzo Mendoza, quién según parece produce medicinas, cemento, gas, baterías, autopartes, textiles y todos los productos extraviados desde hace mucho en el país en todos los rubros, ya que si Empresas Polar es la responsable del desabastecimiento del país, según Nicolás, entonces sería culpable, por lógica, de la escasez de todo lo mencionado arriba. Lo lamentable, como suelo decir repetitiva y cansinamente, no es que lo diga Nicolás, es problema es que los escuchemos y simplemente callemos.
El aumento nació anémico, con deficiencias como sus antecesores. No parece con mucho ánimo y sencillamente luce tan frágil y delgado que el comercial de Calcibon parece el más adecuado para describirlo. Su humanidad es famélica, desgarbada y su actitud derrotista. Sabe su destino, aunque el gobierno se jacte de darle vida, por lo menos como una orden, para hacerlo efectivo. Sabe que los días son oscuros, que las horas son duras en un país cuya economía es inexistente, y no por un plan diabólico de un grupo de politiqueros que están demasiado ocupados pensando en sus primarias y en elecciones para crear algún problema, sino porque la pobreza es grande, la escasez es inmensa, la corrupción es estelar y las respuestas son nulas. El legado del comandante definitivamente es inmenso: una gran crisis. El destino está sellado.
Los trabajadores ven al pobre recién nacido con lástima, saben que no está preparado para afrontar nada. Que sus piernas flácidas y faltas de consistencia no están dispuestas siquiera para ponerse en pie y sobrevivir la embestida de la realidad que únicamente no ven aquellos quienes se hacen de la vista gorda, aquellos que colaboran con el gobierno, en sus filas o fueras. Se hacen los paisas ignorando premeditadamente su alrededor, el drama real y simplemente negándose a analizar que pareciera que los médanos de Coro se han ampliado y ya no se comen solo la carretera hacia Punto Fijo, sino que las dunas se mueven arrastradas por las ráfagas de la tormenta creada por el gobierno y se amplía, cultivadas por Miraflores, cubriendo al país, dejándolo con el único aspecto que podemos mostrar para propios y extraños, somos un desierto. Uno con todas las características propias: estériles, vacíos, agrestes, sin esperanza.
Los trabajadores, así como el aumento, miramos alrededor y desesperadamente sabemos que lo malo aun no ha terminado de llegar, y esto no por ser Reinaldo Dos Santos o Adriana Azzi, sencilla lógica ante la falta de correctivos económicos, de la actitud del gobierno y su discurso. Finalmente PDVSA no ha sido depurada y menos SIDOR, las tierras expropiadas, así como las empresas, no han sido devueltas de manera sensata a sus propietarios para que la economía se enrumbe en franca mejora. Lamentablemente somos riesgo en todos los análisis para inversionista ante la inestabilidad de la seguridad social, económica y ante la escasez de divisas que permita a las empresas extranjeras mostrarse interesadas en ganar bolívares que puedan trocar por dólares y posteriormente llevarlos a sus respectivos países. El bolívar es primito del salario, anémico y devaluados a niveles históricos.
El aumento del salario llegó, lo hizo aunque no parezca porque todo luce más costoso en la frenética carrera por alcanzar los precios semanales. Nada cambia la realidad que nos toca vivir, ni este aumento ni el próximo cuando estemos más ahogados. El aumento del salario llegó, el rollo es que mientras escribía este texto, ya la inflación lo devoró una vez más. Será hasta el próximo ajuste.
Fernando Pinilla