Cuando no hay bolsas plásticas en los mercados, pero aun más triste no hay nada que meter en dichas bolsas, hablamos de pobreza. Cuando nos alegramos al ver llegar algún producto de una sola marca el día que nos corresponde por número de cédula, hablamos de pobreza. Dicha pobreza es cubierta por una gasolina alejada de la realidad económica del país, cubierta por esa ostentosidad que nos caracteriza, esa arrogancia de creernos ricos así vivamos en la punta del cerro o mientras tengamos un carro estacionado (preferiblemente una camioneta) frente a la casa o rancho.
La pobreza que se vive en Venezuela, además de la mental y de valores, llega cada vez a límites exagerados, y el gobierno, para variar, únicamente cierra los ojos. Aquellas muestras de populismo evidenciadas en mercados auspiciados por el gobierno terminaron. Aquellos mercados callejeros con productos brasileros o uruguayos envasados acá para vender por debajo de los precios reales (no lo producían ellos y nada les importaba regalar el dinero invertido), llegaron a su fin. Crónica de una muerte anunciada.
En aquellos mercados comenzaban las inhumanas y humillantes colas para adquirir productos vendidos al estilo Cuba, Unión Soviética y la España de Franco, regímenes diametralmente opuestos en sus fundamentos doctrinales, pero en la practica un calco uno del otro. Hermanos de padre y madre de este. En aquel tiempo nos preparaban para las colas actuales.
Una manzana en 1.100 Bs, un kilo de ajo en igual precio, unas toallas sanitarias, cuando aparecen, en 1.250 Bs son groseras muestras de lo que es una economía en decadencia. Cuando el kilo de papa pasa los 300 Bs, al igual que el tomate y otros rubros (si los conseguimos) hablamos de una aniquilación total del poder adquisitivo, del sueldo promedio, y me hace especular sobre qué están comiendo millones de venezolanos. ¿Cómo nos alimentamos? ¿Cómo se puede resistir y hasta cuándo se puede soportar esta grosera degradación a nuestra condición social? Esta, quizás, la pregunta del millón.
Entiendo y sé, como encuestador de calle que soy y chismoso de profesión de conversaciones ajenas en la calle, útil recurso para los humoristas, que el descontento por la administración de Nicolás supera números asombrosos, pero aun existen quienes defienden, increíblemente, la idea de una revolución exitosa. Hoy cuando el populismo y la demagogia del “regalao”, limitado, se acabó, y mientras nos toca cazar productos por número de cédula o usando la captahuella hasta para comprar una bolsa de doritos, entendemos que el país está en un nivel alarmante de pobreza, y por eso reflexiono hasta dónde soportarán aquellos que aun defienden al gobierno y aquellos que adormecidos por miedo a criticar y hasta a manifestar oposición pacíficamente en la calle para no ser agredidos, esperan.
Cuando no se consiguen fórmulas para dar a los niños, ni leche siquiera para alimentarlos, cuando las medicinas son anormalidad en nuestro día adía, y hasta los cauchos para los carros escasean, y si aparecen, los más económicos según el rin puede costar desde 45.000 Bs, sencillamente resumimos que trabajamos para nada hoy en día. Solía decir que no vivíamos en el país, sino que sobrevivíamos, lamentablemente hoy ya ni eso, todo lo que se necesita comprar para vivir, medianamente decente, ningún sueldo que no supere los 70.000 Bs, aproximadamente, al mes puede soportar la inflación semanal que nos seca la vida y el esfuerzo, y a muchas personas los propios sueños.
La escasez es una realidad y ya la excusa de la reventa de productos internamente, mal llamada bachaqueo, ya parece no satisfacer a nadie. La crisis aguda parece un laberinto, los altos precios de producto resultado de las pocas respuestas gubernamentales terminan por mostrarnos un panorama desolador a nivel de nuestro poder adquisitivo, poder, sea dicho de paso, que no tiene ya fuerza para intenta afrontar la severa crisis que nos asfixia.
Hace más de cincuenta años el pueblo cubano vivió un cambio abrupto en una sociedad inestable, por lo que terminó arropando una maldición llamada revolución, y de aquello ya sabemos el resultado: Pobreza, represión, dictadura y miedo, es lo único que recibieron y afrontan aun hoy en día las nuevas generaciones de ciudadanos de la isla caribeña quienes permitieron que un grupo minúsculo los doblegara y los condenara a la miseria. Hoy nosotros vivimos esa misma transición en pleno siglo XXI, siglo de la globalización, de la inmediatez informativa.
Siempre he pensado que el país debe afrontar una profunda caída para cambiar mentalidades y modos de pensar, para poder emerger, sin embargo me preocupa hoy, cuando el descontento es casi generalizado entre adeptos al gobierno y opositores, el nivel de tolerancia que estamos mostrando ante la pobreza y el estancamiento. No veo reacción, autocrítica y hasta oportunos mea culpas. Debemos aceptar nuestra realidad y asumirla con madurez para poder buscar soluciones objetivas y demostrar que nuestra silencio no será eterno como lo ha sido en el pueblo cubano. No quiero perder la fe que somos capaces de tomar la rienda de nuestro destino, de tomar el timón de este navío llamado Venezuela y enrumbarlo hacia mejores aguas, más calmas, más fructíferas. Hasta ahora veo lo contrario, hasta ahora veo imposiciones de mentiras, de matrices de opinión erradas que aceptamos de ambos lados con la cabeza gacha, como si la miseria fuera algo normal para millones de venezolanos, como si carecer de todo fuera un destino inevitable para nosotros.
Hoy cuando nos quieren regular hasta la cantidad de alimento y productos mensuales por estado, hoy cuando las ideas, la información y los pensamientos también son sesgados, hago un llamado a la cordura, a la madurez, pero también a la reacción temprana y efectiva. No podemos esperar y tolerar seguir siendo convertidos en una nueva Cuba, no podemos simplemente agachar los brazos y creer que vivir en la pobreza es nuestro destino por decisión de un grupo de apátridas que se hacen llamar gobierno.
Fernando Pinilla