En Venezuela se vive en dictadura. Si, y el hecho de que estas palabras se escriban en este medio no echa por tierra esta afirmación. El problema es que solemos imaginar dictaduras bananeras, de esas centroamericanas que tanto drama sembraron, o las africanas recias con mano de hierro y la muerte pululando en las esquinas, o sin ir tan lejos, aquellas que vivimos en el país durante la mayor parte del siglo XX. Aunque en muchos rasgos somos una república bananera, la verdad es que el negarlo y no aceptar nuestra triste realidad es una manera de permitir que los problemas no mermen.
Para un paciente dar con una mejora en problemas de drogadicción, alcoholismo, etc, lo primero que debe hacer la persona con dichos problemas es aceptar su enfermedad, identificar y enfrentar su realidad para pasar a un proceso de cambios y mejoras en la medida que el tratamiento surte efecto. En Venezuela sin embargo, no aceptamos la verdad, nos negamos a dar la cara al problema y seguimos jugando a la democracia en medio de un gobierno autoritario cuyo poder está centrado en figuras que lo ejercen su antojo, sin limitaciones, sin separación de poderes y con la facultad de promulgar leyes o modificarlas a su conveniencia sin encontrar trabas u oposición. Nos negamos a entender que estamos ante un gobierno el cual de forma sutil (compras de medios, negar concesiones) y a veces no tanto (represión administrativa y judicial hacia los medios con el uso de leyes, amenazas y hasta violencia de sus simpatizantes) amordaza la información y la manipula sacando del aire la crisis y centrándose, a modo de boletines informativos, en las bondades del régimen. Y me pregunto, ¿No es todo esto último una manera de trazar un concepto de dictadura? La respuesta es sí, duela al que le duela, le cueste entender a quién le cuente entender.
“No vale, por lo menos sobrevivimos”, “¿Cómo puede ser una dictadura si hay medios de comunicación?”, “Si esto fuera una dictadura estarías preso por escribir esto”, son frases que se escuchan en conversaciones cuando alguien suelta de manera sutil que nos encontramos en plena dictadura moderna, y esa, justamente, ha sido la idea del régimen. Primeramente hay que recordar que nunca una dictadura asume sus responsabilidades y ni su título, históricamente se dedican a engañar caminando bajo un marco de supuesta legalidad el cual dista del concepto ya que el poder se concentra en afectos a dichos gobiernos. Sin tener que viajar en el tiempo simplemente basta con mirar el modelo político cubano o la manera de jugar a la política en Pionyang, Norcorea, donde hay elecciones, existen poderes, ¡y hasta oposición en los procesos electorales! Obviamente el final de toda elección es el mismo, aplastantes victorias de los dictadores y su partido único de gobierno (todos tienen su PSUV en el que no hay cabida para ideas sueltas o pensamientos inflamables a sus intereses). La alternabilidad y los partidos no tienen cabida en dichos modelos.
El monopolio de las divisas, la poca producción de todos los sectores, incluyendo la comida, medicinas, productos nacionales, así como también las importaciones, el monopolio de la propia justicia, el poder electoral y la fuerza pública habla de una dictadura. Cuando se debe pedir permiso para protestar pacíficamente, cuando caminar por la calle está prohibido, cuando opinar, comunicar, pensar son términos sensibles para el gobierno, hablamos de dictadura.
No pueden haber palabras más lapidaria en los últimos días para dejar caer la careta democrática este gobierno, que las dichas por el por el propio inquilino de Miraflores: “Vamos a tener acceso a esa información; tenemos esa ventaja: sabemos quién vota y quién no vota, y de esta manera el PSUV podrá organizar mejor los equipos, para que los candidatos llamen a quienes participaron en este primer paso y organicen la gran victoria electoral del 6 de diciembre”. ¿No es el CNE un poder constitucionalmente sin filiación política e independiente? Aunque todos sabemos que no, aunque todos sabemos que sus rectores son militantes del partido de gobierno y piezas esenciales en el engranaje de esta dictadura, el poder escuchar como Nicolás amenaza a sus propios militantes y afirma a los medios que el CNE es su marioneta, da como un fresquito. No estoy loco, no estamos locos los que denunciamos la inconstitucional de un régimen que no respeta poderes, que no respeta la característica principal de un sistema electoral democrático: el voto secreto. Solo una dictadura, solo un régimen dictatorial maneja resultados de esa manera, conoce los nombres de quienes votan, así sean militantes de su partido. El derecho a votar, o no, es un derecho legítimo de cada persona, pero aunque no lo aceptemos estamos ante un ejercicio democrático que no tiene cabida en dictadura, un derecho constitucional que no tiene lugar en dictaduras.
Aun así propios y extraños quieren tomar cerveza despreocupadamente los viernes, aun así creemos que nada cambió con la Venezuela que algunos conocimos antes de 1998. Que todo se cura esperando pacientemente por las elecciones, sin ejercer ninguna otra protesta o presión para enderezar la senda torcida que transitamos. Pero hago un alto en este punto, porque la solución no es desahogar nuestra ira e impotencia por lo que vivimos con los empleados de establecimientos comerciales quienes carecen de culpa en nuestro drama. Hay culpables y sabemos que no son Empresas Polar o Álvaro Uribe, los culpables no son aquellos quienes denuncian fuera del país lo que nos negamos a aceptar. Hay que dar nombre e identificar a los personajes abyectos que controlan el poder y por ende, tienen la potestad de cambiar algo. Sí, vivimos en dictadura y los culpables son quienes monopolizan el poder y a ellos debemos levantar nuestra voz.
Aun gozamos de ciertas libertades inherentes de los venezolanos, hay que despertar, pero gritar y ser violento con uno igual es cobardía. Al gobierno hay que reclamar su responsabilidad.
Fernando Pinilla