Falta mucho por hacer, falta mucho por construir y a veces nos quedamos atrapados en el discurso, en la pose para un selfie, en el comentario de un whatsapp
Estaba frente al computador escribiendo un artículo sobre mis impresiones del triunfo de Donald Trump en las elecciones de los Estados Unidos; apenas dos párrafos llevaba cuando siento el sonido de la corneta de un carro. Era Antonio Mosquera, Jefe de Círculo de Lucha. Me venía a buscar para visitar, por instrucciones del Estado Mayor de Alimentación, un caso de familia vulnerable.
Llegamos muy rápido, sin salir de Carora, solo dejamos el asfalto por unas dos cuadras y llegamos a una pequeña casa con un largo terreno al frente. Abrimos la puerta de lata apenas sostenida por unos alambres, caminamos. Sale un niño desnudo, nervioso por la extraña visita, apenas balbuceando sonidos que no se entendían, pero que delataban temor, angustia.
De inmediato sale un anciano con una sonrisa regada en su arrugado rostro. Nos da la bienvenida, es el jefe de la familia, tiene 75 años y luego sale su concubina de apenas 27 años. Al ver la bolsa de comida nos dice de inmediato que no tienen plata para comprarla; pero de inmediato Antonio le dice que no le cuesta nada, sonríe y nos da las gracias.
No hay sillas para sentarse, apenas unos troncos, se sienta a mi lado una niña de apenas 5 años. Me mira y su mirada inocente y dulce me hace recordar las palabras de Jesús cuando dijo que había que ser como un niño para entrar al reino de los cielos. No hay muñecas, no hay juguetes, no hay juegos, solo unas latas vacías en el piso de tierra y una niñez atrapada en la injusticia de la desigualdad.
Falta un niño, no lo pude conocer, tiene 11 años. Andaba vendiendo empanadas. Es el mayor, que luego de ir a la escuela debe salir a buscar algo para medio comer.
No hay televisión, no hay cocina, ni teléfono; solo unos jergones viejos para dormir y perseguir los sueños, tal vez escondidos detrás de las nubes del silencio y del olvido.
La conversación costó llevarla, se me secaron las palabras. Es el punto de la realidad donde los discursos no tienen sentido. Donde la vida te da una bofetada y te grita que reacciones, que ahora es que falta por luchar y hacer más humana la vida. Es la voz de la verdad, que a gritos te rompe el espejo que tienes al frente y te hace ver más allá de tu nariz. Es la justicia que te clama que la dejes de hacer verbo y la acompañes a conseguir la fe ignorada por la apatía y el egoísmo. Es la verdad presa entre los barrotes de la indiferencia que apenas gime como tratando de aniquilar la mentira que es la forma más sutil del suicidio.
Nos despedimos. Le toqué las cabecitas a los niños, sentí sus auras limpias y bendecidas por el Dios Eterno.
Falta mucho por hacer, falta mucho por construir y a veces nos quedamos atrapados en el discurso, en la pose para un selfie, en el comentario de un whatsapp, creyendo que estamos haciendo revolución con eso y no miramos a nuestro alrededor y buscar algunos agujeros aún abiertos, que la luz de nuestro egocentrismo nos impide ver.
Lokman González Aponte
aporrea.org