La tarde del miércoles 15 de agosto de 2018, día de la Asunción de la Virgen, Rosalina García de Jiménez, César Gédler y yo visitamos en nombre de la Academia de la Historia del Estado Miranda a don Marcelino Mejías en su hermosa residencia de Los Teques, acogedora como sus dueños y llena de evocadores detalles y testimonios de la historia de la ciudad. Nos acompañó también el entrañable y casi pariente Sr. Carlos Castillo.
Don Marcelino es un artesano, escultor, pintor y fabricante de juguetes, pinceles, chinas, cuchillos y machetes, así como de frascos, jarras y vasos a partir de botellas recicladas, un verdadero “curioso” como decía la gente de antes para describir a quien tenía habilidades para hacer y componer cosas. Nacido en Los Teques, por la zona de El Vigía, en 1937, don Marcelino con motivo de su octogésimo cumpleaños fue declarado en octubre de 2017 Patrimonio Viviente por la gobernación del estado Miranda, entonces a cargo del abogado Henrique Capriles Radonski.
Además de diversos cuadros, muchos de ellos sobre paisajes, personajes y escenas típicas de su ciudad natal, ha hecho toda una colección de pequeñas esculturas o maquetas de reducido formato que reposan algunas en el Museo de Los Teques, anteriormente ubicado en la planta baja del edificio de la gobernación del estado Miranda en la plaza Bolívar, otras en la Sociedad Bolivariana en la calle Junín y en la Casa de Arturo Michelena, también conocida como Casa de la Poesía, en la calle Ayacucho. Entre otros personajes, algunos anónimos, otros populares, destacan monseñor Tinoco, la profesora Olga Milián de Suárez, presidenta de la Sociedad Bolivariana del Estado Miranda, el propio Arturo Michelena pintando a su vez el cuadro de “Miranda en la Carraca” de tanta significación para el estado que tiene al ilustre Precursor como epónimo, así como el papa san Juan Pablo II o escenas de la calle y la procesión del Santo Sepulcro.
Quisimos dispensarle esa visita en nombre de la Academia de la Historia del Estado Miranda no solo para conocer de cerca a un personaje tan destacado sino para transmitirle los sentimientos de estima y admiración de la corporación por su trabajo. En su casa –taller nos recibió con cariño al igual que su esposa la señora María Martínez de Mejías, mejor conocida como Marina. ¡Qué de recuerdos y lazos familiares vinieron entonces a la memoria! Doña Rosalina había sido profesora del yerno de los Mejías y yo compañero y amigo, hermano inseparable, de su sobrino, el siempre brillante ingeniero Germán Antonio Luna Mejías, presidente que fue de la Sociedad Bolivariana Estudiantil del Liceo San José en el año escolar 1978-1979, y por supuesto amigo e hijo por el cariño de la hermana de don Marcelino y mamá de Germán Antonio, mi inolvidable doña Margot Mejías de Luna.
Desde la casa de don Marcelino, atalaya de las mejores tradiciones y escenarios de Los Teques, de sus árboles y montañas, reafirmamos el cariño al terruño y el amor a la historia y a los personajes que la han construido. Otra ciudad menos ajetreada, más familiar y reposada, emergía entre flores y plantas ornamentales, a la sombra de una inmensa ceiba, árbol tan emblemático de la venezolanidad, mientras conversábamos y admirábamos las obras. El artista ha hecho exposiciones en Los Teques e incluso en Alemania, donde viven su hija y sus nietos.
Con sus pinceles, navajas y manos, con su exquisita sensibilidad, don Marcelino es un extraordinario cronista de Los Teques, de sus tradiciones y personajes, que ha inmortalizado en lienzos o figuras, como Raúl Santana Moller a Caracas. Además ha pintado o esculpido figuras religiosas, como rostros de Cristo o un retrato del inolvidable padre Jorge Lösch, s.d.b., el Puyula de todos quienes lo conocimos que ya era quererlo. Su producción toda, o gran parte de ella, puede interpretarse como una historiografía y un catálogo gráfico de Los Teques y las tequeñerías, como las obras de Carmen Mannarino y Alejandro Caputo.
En las manos, en la mirada, en los gestos atildados de don Marcelino palpita el sueño de un país hermoso, de una ciudad acogedora que encabeza un gran estado. Gotas de rocío y figuras indescifrables de neblina han de mantener húmeda en nuestra gratitud la obra de este gran tequense, silenciosamente grande entre los más grandes.
Horacio Biord Castillo
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