Por: David Uzcátegui
El mundo entero está en una tensión extrema, que no se vivía desde la ya casi olvidada guerra fría, y esto se debe a la invasión que el gobierno ruso está ejecutando contra sus vecinos de Ucrania.
Estamos hablando de un hecho que ha generado la condena masiva de las naciones y que, según los expertos, está plagado de numerosos y crueles crímenes de guerra.
De acuerdo a fuentes de la agencia de las Naciones Unidas para refugiados, la cifra de personas que han escapado del país invadido supera ya el millón de personas.
Pero muchos otros ucranianos han decidido quedarse y pelear.
Gracias a la inmediatez de las redes sociales nos hemos impactado y conmovido con imágenes como la del soldado que enviaba a su hija videos de él mismo bailando en el frente de batalla, un gesto que a muchos les recordó la famosa película “La vida es bella”, en la cual un padre hacía lo imposible por distraer a su hijo de los horrores de la guerra.
También hemos visto a aguerridas abuelas empuñando armamento y plantándose con una valentía y dignidad conmovedoras ante soldados invasores que están armados hasta los dientes.
Vale también aclarar que esta no es una guerra que cuente con el visto bueno del pueblo ruso. Muy al contrario, las protestas dentro del país por la barbarie que se comete contra la nación vecina, no se han hecho esperar.
Reportes de prensa daban cifras de al menos 5 mil detenidos por manifestaciones en Rusia. Demostraciones que, por cierto, no se han podido detener y continúan escenificándose a pesar de la represión y de la censura, que quiere hacer ver que no existen.
Para comprender esta barbarie, que el mundo no había presenciado desde la Segunda Guerra Mundial, hay que echar un poco más atrás en la historia y entender quién es Vladimir Putin.
El actual presidente de Rusia, quien se ha mantenido en el poder por más de 20 años, era un agente de la KGB soviética, el organismo de inteligencia de aquella superpotencia del siglo pasado, que se desplomó bajo el peso de su propia ineficiencia.
A la Unión Soviética no la venció Estados Unidos, sino la inviabilidad de su propio proyecto totalitario, que iba contra los principios económicos más elementales. Sencillamente se derrumbó, aplastada por sus propios errores.
Putin es la cabeza visible de la nostalgia por aquellos tiempos idos, en los cuales la confederación soviética era vista como uno de los dos grandes poderes del mundo, tras lo cual se reveló que era un cascarón vacío.
En los años de gloria de la URSS, Ucrania fue sometida al yugo de Moscú. Esta tierra próspera se convirtió en un comodín imprescindible de riquezas para aquel imperio que pretendía demostrar su poder ante el mundo. Se intentó borrar su identidad, se le impuso un idioma que no era el suyo y se le negó su autonomía como nación.
Incluso Ucrania fue víctima de uno de los episodios más negros de la historia universal: el Holodomor. Una hambruna que habría sido provocada desde Moscú por la dictadura estalinista, con el fin de doblegar a los ucranianos. Las cifras de fallecidos jamás se pudieron verificar, pero hay quienes los estiman hasta en 12 millones.
Es con el derrumbe del bloque soviético que Ucrania comienza el largo y penoso camino para redefinirse como nación soberana, entre otras cosas con una democracia que lleva al poder al hoy presidente Volodímir Zelenski; además de querer ingresar a la Unión Europea, ya que se perciben a sí mismos más como occidentales que como rusos.
Esta historia que le es adversa, es la que Putin quiere aplastar con tanques y bombas, dirigidos indiscriminadamente incluso a la población civil.
Es absurdo el argumento ruso de que Ucrania representa una amenaza militar para ellos, cuando se trata de una nación mucho menor. También temen que el ingreso del país invadido a la Organización del Tratado del Atlántico Norte los coloque en posición vulnerable ante los países que son sus miembros.
Sin embargo, Estados Unidos y sus aliados europeos han insistido en que la OTAN es una alianza defensiva que no supone una amenaza para Rusia. Y las naciones occidentales temen que la invasión rusa pretenda derrocar el gobierno de Ucrania e instalar un régimen afín.
Lo cierto es que, como en toda guerra, no hay ganadores. Un país devastado. Miles y miles de civiles muertos, soldados dando la vida por sus países; incluso los combatientes rusos, muchos de quienes están en contra de este conflicto.
Y ahora Putin, aislado del mundo. Calculó mal, muy mal. Su soberbia e inconsciencia, nos dejará un mundo aún más difícil de vivir. Mucho más pobre, todavía más golpeado, cuando no hemos terminado de pasar el trago amargo de la pandemia.
El mundo aprendió algo de tantas guerras. Nadie quiere estrechar esas manos llenas de pólvora y sangre.