Aunque la URSS se terminó de derrumbar aquel diciembre de 1991, su sombra de fracaso, de miseria, de represión, aún se proyecta en el continente latinoamericano que, sumido en la ignorancia, aún suspira por el romanticismo que inspirara en su momento, ajeno a nuestras realidades. Sin embargo, los líderes opositores parecen temerosos de expresarse al respecto y dar el nombre correcto a las cosas; la realidad es que el aroma a comunismo se respira, como en aquel entonces, amparado por las leyes, disfrazado por la mentira, maquillado por la propaganda y la desfachatez de los representantes de este gobierno, como los de otrora.
Durante la década de los años 30, era normal la esclavitud del pueblo ruso, a quién se obligaba a compartir sus pertenencias en nombre de la igualdad que Joseph Stalin no vivía en el Kremlin. La mano de obra era mal paga, a diferencia de la promesa de una mejor vida para el obrero que abrazara el comunismo; de esta manera, millones de ciudadanos rusos (entre estos científicos, filósofos, políticos, antiguos personajes de la sociedad, antes de la Revolución de Octubre), terminaron convertidos en esclavos carentes de todos sus derechos y condenados a forjar, con su trabajo y sus vidas, la mentira de un sistema que fue secundado por gobiernos democráticos quienes cerraron los ojos a las más de 20 millones de personas asesinadas, por “el pequeños padre de los pueblos”, como solían llamar a Stalin; suerte de “mesías”, también definido como “Guía Supremo”. Cuántas coincidencias, ¿no?
Herederos devaluados de los soviéticos, los hermanos Castros intentaron jugar un juego peligroso en su época, y que con el paso del tiempo, se terminó convirtiendo en simples palabras, apologías de la barbarie y de la esclavitud moderna. Copiando el modelo soviético, el pueblo cubano, limitado por una frontera casi infranqueable, terminó condenado a vivir aislado entre la miseria y la ignorancia; esta última, secundada, nuevamente, por gobiernos que se hacen llamar democráticos, y que terminan siendo quienes impulsan y permiten la esclavitud moderna del pueblo cubano.
Ciertamente, muchos dirán que si hablamos con algún cubano en la isla, o fuera de ella, exclamaran su admiración por los Castro y por las bondades de un sistema que, luego de medio siglo, el propio Fidel Castro declara lleno de fallas. La ignorancia sembrada es la mejor arma para la dominación de los pueblos. Crecer llenos de carencia nos puede distorsionar nuestros cánones; así como también es verdad que, siendo vigilados, nuestros sueldos retenidos, presos de un régimen mezquino con sapos en cada esquina, para purgar a los “traicioneros”… ¿Quién se atreve a decir lo contrario? Cuando Stalin murió, hubo duelo. En secreto, sus víctimas sobrevivientes, celebraron.
Es una vergüenza que en pleno siglo XXI, así como sucediera en el pasado, los gobiernos callen las atrocidades, los pueblos aplaudan la barbarie. El caso de los médicos cubanos es sencillamente triste y deplorable. Convertidos en producto de exportación (creo lo único para exportar), herederos modernos la manos de obra presa en los gulags soviéticos (campos de concentración), los médicos cubanos generan ingresos millonarios para los bolsillos de los hermanos Castro, quienes no comparten en “socialismo”, los cerca de 6 billones de dólares anuales que reciben por exportarlos.
Por el contrario la vida de, los muchas veces despreciados, médicos cubanos, se convierte en el ejemplo claro y absoluto de la maldad humana. Muchos de ellos terminan convertidos en víctimas que trabajan sin descanso, usando viviendas compartidas, como manda el comunismo; sin teléfonos en sus modernos Gulag criollos, en los cuales hacinados, deben cumplir el trabajo que se les encomendó sin siquiera rechistar. Las paredes tienen oídos, como en la URSS, dónde hablar mal del modelo comunista, debía ser denunciado para ganar la simpatía. ¿Hay algunos de estos médicos, que no sufren este karma? ¡Seguramente! Siempre hay vivos. Sin embargo, para muchos de ellos, sólo viven de imaginar cómo debe ser la vida libre, en un país como el nuestro, que aún con sus limitaciones, sigue siendo un paraíso, y más para ellos. En su patria sólo recibirían, si trabajaran, 40 dólares, por lo que la oferta de 900 Bsf, que llegan a ganar, algunos, en nuestro país, viene a ser una riqueza. Sin embargo no es de ellos. El gobierno venezolano y cubano los administra; un manera de mantenerlos presos.
130.000 dólares, cuestan sus vidas al gobierno venezolano, según denunció Ramón Guillermo Aveledo, pero ese monto termina en las arcas millonarias de los Castro quienes juegan con las vidas humanas, como jugaban los soviéticos, como jugaron en el pasado los que se lucraban de la esclavitud. No hay que llevar grilletes de hierro para ser esclavos, los grilletes de terror a volver a la isla a morir de hambre (si no eres amigo del régimen), de no poder enviar más ayudas a sus familiares, presos por la dictadura cubana, se convierten en el impedimento para gritar ¡libertad!
Muchos cubanos han desertado hacía los Estados Unidos desde tierras venezolanas, de los al menos 30.000 médicos cubanos “prestando servicios”, o mejor esclavizados en el país. Otros, continúan sin siquiera poder salir a pasear a la vuelta de la esquina sin vigilancia (algunos privilegiados si lo hacen, según cuentan las malas lenguas) sin tener que estar en su Gulag antes de dormir.
Bolívar solicitó la libertad de los esclavos en su Discurso de Angostura, el 15 de febrero de 1819, pero sólo sería hasta el 24 de marzo de 1854, cuando José Gregorio Monagas, respondiera, por las razones que fueran, la petición del Libertador. 159 años han pasado desde que se abolió la esclavitud en Venezuela, paradójicamente, los que enarbolan la bandera bolivariana, muestran claramente no ser hijos del padre de la patria, sino por el contrario, de dictadores inescrupulosos como Joseph Stalin y Fidel Castro.
“La Libertad del hombre no debe cuestionarse, ponerse en duda ni en contradicción”. José Gregorio Monagas.
Fernando Pinilla