Leopoldo Puchi
Que en Venezuela tengan lugar manifestaciones contra la inseguridad o relacionadas con las dificultades económicas por las que atraviesa el país, puede considerarse como algo natural. Razones hay para la protesta, desde la criminalidad y la escasez hasta la disminución del cupo Cadivi, que ha afectado el nivel de vida de los sectores medios y de los jóvenes, pues se trata de una suerte de bono anual o de derecho adquirido.
Sin embargo, estamos hoy ante un cuadro particular, en el que se expresa una voluntad de poder que trasciende el legítimo derecho a la protesta. En efecto, un sector de la oposición ha tomado la decisión de adelantar una estrategia destinada a provocar la salida forzada de Nicolás Maduro de Miraflores. El método para alcanzar ese objetivo es el de ejercer presión sobre la capa dirigente del Estado, en especial sobre el estamento militar, para que se fracture y una fracción de éste deponga al presidente. Se considera que, luego de esta división, es más fácil lograr que el poder se traslade a la oposición porque un gobierno de “transición” sería más débil.
Las formas de lucha para alcanzar esa fractura incluyen violencia de baja o mediana intensidad, como tranca de vías públicas, quema de cauchos y vehículos, lanzamiento de piedras, etc. En fin, una situación de caos insostenible, que desate amarras y compromisos, genere una onda de solidaridad y galvanice al amplio espectro opositor. Es un procedimiento ya conocido, que fue utilizado en el pasado por grupos de izquierda y que en la actualidad se le llama “primaveras”.
El sector que impulsa esta “la salida” no es mayoritario en la oposición. Pero no es pequeño ni débil. Tiene apoyo de medios, de factores de poder nacionales e internacionales, y eco en las bases. Ha tomado la batuta, desplazado a la Mud, y ha impuesto una estrategia que se ha hecho dominante. Por su parte, Henrique Capriles Radonski ha criticado esa línea tímidamente, sin enfrentarla, por temor a perder piso en una porción de sus seguidores. Lo mismo ocurre con los partidos políticos.
Hasta ahora los eventos que han tenido lugar han incorporado a sectores radicalizados por los resultados electorales adversos y a quienes temen que la situación se normalice en el lejano horizonte de cinco años. De hecho, las movilizaciones en curso no se han engarzado con las reivindicaciones sociales relacionadas con los problemas económicos.
Sin embargo, el malestar social que todavía no se ha expresado, se siente latir cerca de la superficie como consecuencia de los problemas de escasez, la inflación y la criminalidad. Si el Gobierno no actúa de manera asertiva, dando respuestas a estos problemas, la situación se puede tornar diferente, con otros actores sociales en la calle. Oído en tierra.