San Diego de Los Altos fue en el siglo XIX y parte del XX el pueblo más próspero de Los Altos debido, parcialmente, al auge de la economía cafetalera. El declive de su prosperidad corre parejo, entre otras causas, con el progresivo desplazamiento del cultivo de café como actividad lucrativa y de la economía agroexportadora en su conjunto, así como también con la construcción de la carretera Panamericana inaugurada en 1955 que dejó a un lado a San Diego y el consecuente proceso de urbanización acelerado y caótico de San Antonio, Carrizal y Los Teques.
Refiere Lucas Guillermo Castillo Lara en su obra Una tierra llamada Guaicaipuro que en épocas de cosecha de café de los Valles del Tuy subían a San Diego de Los Altos cogedores del preciado grano a trabajar como jornaleros en las haciendas. La presencia de los tuyeros en San Diego era motivo de algarabía y fiestas que contrastaban con la tranquilidad del pueblo y el carácter apacible de sus habitantes. Dice Lucas Guillermo Castillo Lara refiriéndose a San Diego de Los Altos que “El pueblo todavía se ve hoy apretado de cafetales. En épocas anteriores lo cercaban por todos lados. I se desbordaban las haciendas, serranía arriba o abajo. Su economía era netamente cafetalera. Como era grande su producción, no se daban abasto a recogerla con sus propios vecinos y trabajadores. De los Valles del Tuy, traían gentes para la recolección.
Era en los meses de noviembre y diciembre. En la Pascua, venía el remate de la cosecha, con su gran baile y jolgorio. I entonces retornaban a su tierra con los reales ganados. Ponían una nota pintoresca en la tranquilidad del pueblo. Esos trabajadores tuyeros eran en general de color negro subido. Todavía no se habían mezclado completamente. Conservaban la raza y las costumbres bastante puras. A veces venían con ellos algunos ejemplares femeninos de gran belleza de formas. Como una célebre Negra Lucila, a quien todo el mundo llamaba la “estatua negra”, por la perfección de sus líneas. Cuando cimbreaba sus caderas al ritmo de su airoso caminar, la perseguían las miradas largas. [/] Los tuyeros llegaban a los Caneyes. Cada hacienda grande tenía el suyo. El del Prado estaba en el sitio de La Cañada donde hoy está un grupo escolar [el San Diego de Alcalá]. Frente por frente a la quinta del apreciado amigo doctor Manuel Cardozo.
Allí vivían con sus mujeres. De las cuales unas cocinaban y otras también recogían café. Los sábados ponían sus grandes bailes de tambor. I durante toda la noche resonaba en aquellas frías montañas, el seco y ardiente ritmo alucinante. Los lugareños oían desde sus casas los sonidos del tambor. Quizás con deseos de ir al baile. Pero en general se abstenían de ello, a fin de evitar posibles riñas de fatales consecuencias. Los domingos llegaban hasta la plaza del pueblo a curiosear y a comprar los corotos de la semana” (Una tierra llamada Guaicaipuro. Caracas, Veneprint, 1970, pp. 110-111)
Es de recordar que el Código de Policía del estado Miranda de 1909 prohibía expresamente los joropos o bailes públicos por ser ocasión de grandes alborotos, desórdenes y peleas, en especial tras consumir los participantes bebidas alcohólicas. Xiomara Escalona León en su trabajo de grado de maestría en Antropología en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas sobre Guareguare, caserío de San Diego, recogió también abundantes testimonios sobre los jornaleros estacionales provenientes del Tuy, su carácter alegre y desenfrenado y su participación en fiestas y jolgorios. Son recuerdos que retratan las costumbres de una época fenecida, pero que han quedado arraigados en la memoria colectiva de San Diego de Los Altos y sus alrededores.
Horacio Biord Castillo
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Academia de la Historia del Estado Miranda